sábado, 18 de julio de 2015

Rigor mortis

Su cabeza se volvió a llenar de pensamientos. Lentamente. ¿Dónde demonios estaba? ¿Qué le había pasado? Intentó incorporarse, pero su frente se golpeó con algo metálico. Se tocó la frente y sus dedos quedaron húmedos de sangre. La penumbra que le rodeaba era asfixiante. Intentó ordenar en su mente los últimos fragmentos de su vida. Recordaba haber bebido y bailado mucho. Julián, su mejor amigo, le había invitado a tomar coca. Y luego aquella mezcla de oscuridad y nada absoluta. Ahora se encontraba en aquél extraño lugar... ¡Dios Santo! Una luz tenebrosa brotó en forma de idea de su desconcertado cerebro ¡Estaba en un ataúd!


Un torrente de sensaciones, todas ellas desagradables, invadieron su espíritu. Sus brazos, adormecidos, tocaron con pánico la tapa del ataúd. Era fría e irregular. No parecía acolchada. Empujó fuerte hacia arriba, pero la tapa no se movió ni un centímetro. Entonces pensó en sus padres. En su hermana Sara. En su novia Carmela. Y unas lágrimas brotaron a borbotones mientras todo su cuerpo se estremecía de pena. Y esperando que una muerte horrible se lo llevara asfixiado, empezó a gritar desgarradamente.

¿Qué son esos gritos? – preguntó asustado Joaquin, el nuevo aprendiz del taller mecánico de Don José.

No hagas caso, chico, y pásame una llave del 12. Ese que grita es el hijo del dueño, ya le conocerás. Está mañana ha llegado borracho y sin dormir. Con un poco de suerte, romperá a cabezazos el tubo de escape del coche del Alcalde...


sábado, 11 de julio de 2015

Miedo

Sentí miedo, mucho miedo. Tanto como el que puedo imaginar que llegaría a sentir una mosca atrapada en una gran telaraña, viendo la muerte en forma de enorme arácnido acercándose lenta pero inexorablemente a devorarla viva.

Yo no debería haber ido jamás a aquél lugar; estar allí metido era un gran error (estaba pasando además un frío de mil demonios) por lo que mi triste figura temblaba patéticamente iluminada por algo más de media docena de lunas llenas en forma de focos. Jamás me gustó todo aquello y solo accedí a ir para demostrar a todos los demás algo que sabía ciertamente que no existía... Mi valentía. Si se hubiera tratado de una película autobiográfica de bajo presupuesto podría haberse titulado “Cuando la estupidez humana llega a límites insospechados”. Pero a la realidad cuesta ponerle títulos, salvo algunos de tipo universitario o nobiliario.

Traté de repetirme, una y otra vez, que estaba allí para demostrar a todos que podía ser como ellos (un imbécil más), con un absurdo orgullo suicida que tal vez me llevaría irremediablemente a la más dolorosa de las muertes. Mi imaginación hacía horas extras creando distintos y horripilantes finales, en algunos de los cuales me recogían del suelo con una cucharilla de café.

Sin embargo debo reconocer, que fui a aquél infierno con la absoluta creencia que no participaría activamente en ningún momento en toda aquella desquiciada situación, debido básicamente a mi insultante falta de experiencia, por no hablar de mi deplorable condición física y mis continuos ataques de asma, cóctel que me convertía en una auténtica piltrafa humana nacida para no participar en ningún evento en el cual se deba hacer el más mínimo esfuerzo físico...

Y casi lo consigo. Estuve escondido durante bastante tiempo, en un silencio tan sepulcral que hacía de un cementerio un lugar bullicioso. Pero sucedió que Brian cayó antes de lo previsto, como ya lo habían hecho otros de los nuestros, bueno, quizás no eran tan míos como en un principio pensé. Hombres y muchachos llenos de fuerza, arrogancia y valentía en un pasado próximo, aunque llenos de golpes, cardenales y heridas en el presente. Así que, a falta de alguien o algo mejor, mi capitán me señaló con su dedo índice, me miró con la misma cara que se me queda cuando quiero tomar postre y solo hay naranja, y me indicó que me uniera con ellos al grupo principal. Al grupo de combate, al mismísimo centro del infierno.

Pocos segundos después, estaba rodeado por varios tipos que hacían que los gorilas salvajes que aparecen en los documentales de televisión parezcan animales de compañía. Uno de ellos (de los tipos, no de los gorilas) me clavó su codo brutalmente y por unos momentos dejé de respirar o mejor dicho, al abrir la boca y intentar respirar el aire no entraba en mis pulmones. Mientras, otro de aquellos bastardos me mostraba sus asquerosos y amarillentos dientes, como si yo tuviera cara de dentista o me importaran algo sus enormes y negras caries. Un tercero me agarraba las ropas con fuerza, casi desgarrándolas, sin dejar que me moviera ni un solo centímetro. Perdía el tiempo. Mis pies estaban clavados al suelo y me temblaban tanto las piernas que si hubiera intentado dar un paso se hubieran quebrado mis rodillas y hubiera caído de bruces al suelo partido en dos.

Aquellos energúmenos me gruñían toda una serie de incomprensibles improperios que hacían que “comprendiera” que mi situación era muy complicada y que pronto sería desesperada. Mi imaginación seguía haciendo horas extras recreando mi en forma de carne picada para hamburguesas.

Entonces vi como la lanzaban. Eclipsó por unos momentos a la propia Luna. Pedí a Dios que fuera hacia otro lado, que no cayera sobre mí. Instantes después me autoproclamé ateo. Iba directamente hacia mi cabeza. Un torrente de sudor impregnó mis ropas humedeciendo brutalmente todo mi cuerpo en nanosegundos.  Las cataratas del Niágara cubrieron todo mi rostro, aunque lamentablemente Marilyn no apareció. Me quedé paralizado viendo aquella cosa acercarse velozmente, llevada en brazos por un Mercurio con prisas, en una parábola perfecta, hacia mi frente. Cerré los ojos mientras notaba como me sujetaban una vez más. Otro codo se clavó en mi esternón, quise llorar, quise gritar, quise vomitar. Yo no debería haber estado nunca allí.

Después de verlo cientos de veces en el vídeo no puedo contarle a nadie que rematé de cabeza aquél saque de banda. Simplemente el balón golpeó en mi cara, sorprendió al portero que, a su vez, golpeó brutalmente con su puño mi mandíbula y marqué gol. Luego me desmayé, aunque tuve tiempo de ver dos o tres de mis dientes llegar al suelo antes que yo.

Me desperté en el vestuario tumbado boca arriba, entre cánticos, risas y olor a sudor. Abrí los ojos. Me dolía todo el cuerpo, las costillas, las piernas, la cabeza y muy especialmente la parte de las encías donde antes habían dientes. Alguien de mi equipo me besó en la boca. No importaba, habíamos ganado aquella infernal final de fútbol sala por 4-3. Y ya no sentía miedo.

Publicado en Nitecuento nº 7, junio de 2000

viernes, 10 de julio de 2015

Veintinueve

Finales de septiembre. Y Rubianes de gira. No me lo podía creer. Nadie debería estar de gira en octubre. ¿Y ahora qué? Para una puta vez que se me ocurre un original regalo de cumpleaños y ese maldito cómico pululando por Cataluña. Yo la quería llevar a cenar, al teatro, reírnos un buen rato y a vivir, que son dos días (¿o tal vez cuatro?). Porque aunque hace ya seis años que vivimos juntos y revueltos, nunca (pero nunca) hemos ido a ningún teatro. Es lo que tiene ser pobre...

Podía jugar seguro y comprarle algo de ropa. Ella está igual de atractiva que cuando la conocí, o tal vez más. Casi con toda seguridad que me equivocaría de talla o de color, pero con el ticket en el bolsillo siempre puedes cambiar la prenda en cuestión. Y ella acaba luciendo palmito con algo que se ha escogido, pero que es TU regalo. Pero no. Está vez no. ¿Zapatos?, tampoco. Tenemos zapatos en casa para calzar a medio continente africano. Música, videos, DVD, libros... opciones facilotas, poco curradas y sin ninguna o poca personalidad (aunque tal vez fuesen regalos más propios de un tipo como yo).

Una vez superado el trauma de la dichosa gira de Rubianes vi la luz a lo lejos. Salía de un rótulo. Me acerqué y entré en una oficina de La Caixa. Para aquellos que todavía no lo sepan, existen unos cajeros equipados con un software mágico, donde puedes tener acceso a casi todo tipo de información de una red (también mágica). Los lugareños la conocemos como ServiCaixa. Después de meter mi tarjeta de crédito y escoger idioma, busqué teatros de Barcelona. ¡Bingo!. Aunque estaba en un rincón de la pantalla, el gran Liceu de Barcelona la iluminó toda y paralelamente, una sonrisa de gran satisfacción invadió mi pálido careto. Pero desgraciadamente, la alegría en casa del pobre dura poco; y tras la pertinente consulta, pude comprobar que la temporada de ópera no se iniciaba hasta finales de octubre, mientras que mi adorable mujercita tiene por costumbre cumplir los años siempre el día 3. Pase del Liceu (además era casi inaccesible para mi precaria economía).

Seguí buscando. El Tricicle. Otra iluminación. Música celestial de fondo. El destino me guiaba por sendas repletas de una emoción incontenible. Llegado este punto debo reconocer que sólo he ido tres veces al teatro en toda mi vida (la última hace más de seis años, para los amantes de las estadísticas). Una de esas veces, quedé terriblemente maravillado al ver Terrific, una obra que me pareció magistral y me transportó a otro universo durante un tiempo igual al espacio dividido por la velocidad. Como el recuerdo de tan excelente espectáculo interpretado por El Tricicle me dio buen rollo, decidí que podía ser una gran opción y todavía mejor regalo. Pero nuevamente la tristeza apretujó mi corazón, cuando comprobé que no empezaban las representaciones hasta dos semanas más tarde.

Busqué, busqué y busqué. Muchos teatros, muchas obras y muchas compañías teatrales. Pero como ya he reconocido públicamente, no soy un experto. Algunas sonaban bien; Bésame el cactus, Diálogos de la vagina, XXX de La Fura del Baus, pero no era lo que yo andaba buscando. Me agobié tanto que decidí salir a tomar el fresco. Crucé la calle y me dirigí a una oficina de la Caixa de Catalunya. Como estos no tiene red mágica, eché un vistazo a todos los folletos de papel relacionados con espectáculos. Ninguno me llamó especialmente la atención, así que salí compungido y cabizbajo.

Internet, pensé. Buscaré información sobre las obras y si encuentro alguna con una buena crítica que además pueda gustarle, la sorprenderé seguro. Internet es una gran herramienta para encontrar información. El problema es que debes saber donde buscarla. Estuve casi tres horas dando vueltas por un par de páginas web que eran lentas del morirse para aquellos que no tenemos ADSL. Encontré excitante información acerca del espectáculo de La Fura dels Baus. Pornográfico y no apto para menores de dieciocho años. O viceversa. Pero no se trataba de MI regalo, sino del suyo. Mi búsqueda era más inútil que un bronceador en el Senegal.

Creo en las casualidades y en el destino. Bueno, creo que el destino está lleno de casualidades. ¿O es la casualidad la que puede cambiar nuestro destino? Sea como fuere, apareció en un rincón de la pantalla el atractivo anunció del último musical del conocido grupo Dagoll Dagom. Un título con tan sólo tres letras, como tres fueron los Reyes Magos de Oriente, la santísima Trinidad, la Sagrada Familia, las Marías, los Mosqueteros (sin D’Artagnan, claro) o los Tres Caballeros. POE.

Aquí voy a dedicarme unas líneas a mí mismo, para explicar que demonios sucede con Poe. Empecé a escribir en el año 1994, debido básicamente a tres razones. UNA: Estaba leyendo, disfrutando y riendo con las Peripecias yugoslavas de Josep Ruiz; todas las noches. DOS: Estaba leyendo y disfrutando, pero no riendo, una selección de Relatos de Edgar Allan Poe; todas las mañanas, por supuesto (que para pasar terror nocturno ya está el telediario). TRES: Estaba terriblemente aburrido en Praga. Y tuve la osadía de escribir. A mano. Con un bolígrafo Bic azul...

Al regresar de mi viaje, los relatos quedaron guardados en un cajón de madera durante largos años, hasta que un buen día, fueron hallados por un hobbit llamado Bilbo Bolsón. No, no es así la historia. Encontré yo mismo los cuentos escritos en la capital checa, compartiendo ya mi vida con Núria. Y fue ella la que me ayudó a hacer todas las correcciones. Y fue ella la que me animó a escribir alguno más. Y escribí más. Y a Núria le gustaba lo que yo escribía. Y a Josep también. Y empezaron a publicar mis relatos en Nitecuento. Y todo eso me hizo feliz. Poe, Josep y Núria. El triángulo estaba cerrado. El destino nos había unido. Tenía que llevarla a esa función. Pensé en invitar también a Josep al teatro, pero me pareció poco romántico...

Regresé al ServiCaixa y busqué el teatro donde era representada la función. El maravilloso y mágico mundo de la informática me permitió escoger el día 3 de octubre. Había dos sesiones. Una, a las cinco y media de la tarde y la otra a las nueve y media de la noche. Como tenemos un niño de catorce meses que por la noche agota más que una maratón cuesta arriba, pensé que era buena idea sacar dos entradas para la primera sesión y no martirizar a los abuelos, privándoles de tan necesarias horas de sueño. No nos engañemos. Las entradas no eran tan baratas como había pensado. Pero mi mujer se merece eso y más.  Afortunadamente las más caras se habían agotado. De las caras todavía quedaban. Pulse una zona donde me pareció que podríamos ver bien el escenario. Entradas no disponibles actualmente (o algo parecido). Intenté en otra. Todavía no disponibles las entradas. Alucinante. En unas zonas estaban agotadas y en otras no estaban disponibles. Si no llega a ser por la cámara de vigilancia hubiera escupido mi más verde y pegajoso escupitajo encima de la pantalla.

¡¡¡MEIDEI, MEIDEI!!! Se oía dentro de mi irritada cabeza. Ahora que el destino me mostraba el camino a seguir, la contrariedad se empeñaba en apartarme del mismo. Lo peor es que tan sólo faltaban seis días para su cumpleaños (con un fin de semana por medio), lo cual me daba poco margen de maniobra sin levantar sospechas.

Pasó el fin de semana con una rapidez endiablada. Y el lunes, a primera hora, me dirigí de nuevo a mi amado/odiado ServiCaixa, donde mi destino guardaba el regalo de cumpleaños de Núria. Introduje con cuidado mi tarjeta de crédito, para demostrarle que venía en son de paz. En pocos segundos me hallaba delante de la sesión de la tarde del jueves 3 de octubre. Ya se habían agotado las entradas en demasiadas zonas del teatro. Pero había zonas en las cuales residía mi esperanza. Pulse una de ellas, la más próxima al escenario. El servicio informático, altamente mágico, escogió dos butacas en segunda fila y me preguntó si me parecía bien. Pulse OK, temblando de felicidad. Y por una ventanita apareció mi regalo en forma de dos entradas...

Una vez con las entradas en la mano pensé que, aunque el destino enlazara a Josep, Poe y Núria alrededor de mi emocionante biografía literaria, eso no significaba que a Núria tuviera que gustarle la obra de Poe. Es más, mi mujer no es precisamente amante del género de terror. De repente, un sudor frío cubrió todo mi cuerpo. ¿La estaba cagando de nuevo con mi regalo? ¿Era buena idea llevarla al teatro a ver un musical de miedo? Mis dudas se reunieron con mi zozobra y juntos nos tomamos un par de cevezas en el primer bar que encontramos. Reflexioné. Vamos al teatro. Vamos a ver un musical de Dagoll Dagom. Son conocidos ¿no? Tienen que ser buenos. Vamos a dejar al niño con los abuelos. Sin embargo, sabía que faltaba algo...

Y aquí estoy, a las doce y cuarenta y cinco minutos. Acabando este relato que junto a un corto masaje en las piernas y dos entradas para el teatro van a ser mi regalo de su veintinueve aniversario. Sé que se merece más. Mucho más. Lleva ya demasiado tiempo aguantando a un genio loco como yo. Un superdotado del intelecto humano. Y eso es muy duro. La silla esta dura también. Me duele la espalda. Estoy muerto de sueño. Cansado. Y mañana hay que currar. Así que sólo me queda decir; T’estimo molt i desitjo que t’agradi[1].




[1] Te quiero mucho y espero que te guste

viernes, 3 de julio de 2015

El tren

Me despierta el vaivén del tren. Atravesamos un túnel mientras mi vejiga se manifiesta con hostilidad. Yo cuando me meo no puedo pensar con claridad, así que me levanto y busco el lavabo. En la puerta me cruzo con un tipo tan pálido que podría estar hecho de harina. El hombre de harina, pienso. Un nuevo supervillano para Spiderman. Me hago gracia y pis casi a la vez. La meada es orgásmica y certera, algo que Renfe agradecerá. Un alivio…

Vuelvo al vagón y seguimos atravesando el jodido el túnel. El aire acondicionado está en modo Antártida y los pelos de los brazos se me ponen como escarpias. El hombre de harina está sentado con la vista perdida en el participio. Es un psicópata, fijo. Yo he visto muchas películas de Tarantino y tengo facilidad para ese tipo de apreciaciones gratuitas. Delante del tipo, dos chicas sollozan. Dos tías que merecen aparecer en el póster central de Playboy, concretamente en los meses de mayo y junio.

Yo es que para las tías macizas tengo un corazón que no me cabe en el puño. Lo de la polla vendrá después. Es ver a una de estas maravillas bípedas del planeta soltando unas lagrimitas y me pongo cantidad de tierno. El hijo puta del hombre de harina les debe haber hecho algo malo. Fijo. Muevo el esternocleidomastoideo como si fuera un jodido boxeador, hago un crujido de dedos que puede escucharse en Estambul y me voy para allá andando como el Capitán Jack Sparrow.

- ¿Algún problema, muñecas? – pregunto utilizando dos tonos más graves de lo habitual, sacando al Constatino Romero que llevo dentro.

- Están muertas, imbécil – responde el hombre de harina.

Le dirijo una mirada amenazadora. Tenso mis biceps y abro las fosas nasales de una forma espeluznante. Acerco mi nariz a seis electrones de la suya. Al tío se la suda porque me dice:

- Y tú, también, subnormal.

Un impulso eléctrico recorre mi médula espinal. Y le suelto una ostia en todo el pómulo. Su cabeza rebota contra la ventana y vuelve a mi área de violencia peligrosa. Lo agarro por los pelos, lo levanto y lo lanzo contra los asientos del otro lado. El tipo sangra como un cerdo. Las chicas chillan presas de un histerismo poco común incluso para una chica. Se levantan y van hacia el tipo, ejecutando todo tipo de mimos y caricias sobre su ahora desfigurado rostro. Algo me dice que son familia. Mierda…

- Esto… ¿no será vuestro padre, verdad? – pregunto dulcemente inquieto al ver alejarse semejante par de tetitas de mis probabilidades matemáticas de éxito.

- Estamos muertos, maldito idiota!!! MUERTOS!!! – me gritan entre abundante saliva.

Sus alaridos penetran en mi alma. Otra tormenta eléctrica me recorre el espinazo. ¿Qué coño hago en este tren? ¿Cómo diablos he venido a parar aquí? Pero ya es tarde. Antes de empezar a recordar nada, llegamos al final del jodido túnel y una luz blanca nos engulle…

jueves, 2 de julio de 2015

Simiólogos de un desequilibrado: El planeta de los simios

Daría un huevo por conocer personalmente a Tim Burton. O lo cedería a la ciencia una vez muerto. Lo que os parezca más altruista o más lejano en el tiempo. Una vez afirmado esto, empiezo mi amable disertación… 

Ayer me sucedieron dos sorprendentes hechos que para mí tienen difícil explicación para la ciencia moderna. Tuve que presenciar ante mis propios ojos como Guardiola, entrenador del F.C. Barcelona, alineó una vez más a un tipo que se llama Hleb y que probablemente sea camarero; y visioné, por segunda vez en mi vida y sin ninguna explicación lógica que me justifique, El Planeta de los Simios de Tim Burton. 

Como sé que estoy rodeado de intelectuales, dejaré el tema deportivo para que lo sufra en silencio mi hígado y haré un breve comentario sobre lo que me parece esta película. 

Si yo fue razonablemente poderoso, y creedme que Dios existe sólo para controlar este punto, organizaría una cena con los productores, guionistas (especialmente con estos), responsables diversos (consideradlos daños colaterales) y Tim Burton. Por supuesto, habría conseguido retirar del mercado hasta la última copia de la mencionada obra y las tendría todas ordenaditas en una gran hemeroteca que haría llorar de rabia al departamento del National Geographic que trata con monos. Repito. Si yo fuera razonablemente poderoso, les haría tragar semejante bazofia (videos, cintas, DVD) untada en mierda, aun a riesgo de ser redundante, para que les quedara fijado en su estúpido cerebro mi concepto abstracto de su jodida obra (recordad que eso sería importante debido a mi poder)… 

Porque, y aquí ha llegado el momento de dejar de leer si te ha gustado la película, sólo si eres un primate subdesarrollado incapaz de distinguir tu polla de un plátano maduro puede entretenerte semejante basura. 

Es un insulto a la inteligencia, tanto de humanos como de simios y cualquier persona involucrada en el proyecto merece ser convertido en Banana Split (una Thermo Mix podría servir) y devorado por todos los monos del zoológico de su jodida ciudad. 

Otro día hablamos de fútbol. Porque si yo fuera razonablemente poderoso…

miércoles, 1 de julio de 2015

La sirenita

Susana era una niña de catorce años que se pintaba las uñas de rosa. Rubia, delgadita y cacereña, a partes iguales, la dulce Susana se pasaba las tardes haciendo los deberes, fumando y leyendo historias sobre sirenas. 

Un sábado, después de comer, Susana se quedó dormida leyendo su cuento favorito: La Sirena Psicóloga y el Arenque Loco. Al despertar, su delicado cerebro no aceptaba el hecho de estar sobre una roca, con una cola de pescado en lugar de piernas. Una cola que, de haber sido rape, hubiera costado una fortuna en el mercado. 

La niña respingó su nariz, sorprendida, para tirarse acto seguido de cabeza al agua. El agua estaba tan helada que sus delicados pechos redujeron dos tallas. Cuando se dio cuenta de que podía respirar bajo el agua, ya había golpeado a dos calamares, una medusa y un pez payaso que buscaba a su hijo Nemo. 

La niña buceaba con elegancia por el arrecife de coral, con unos ojos brillantes de emoción, aunque la salubridad del agua también ayudaba. 

El sueño de toda su vida estaba siendo extrañamente cumplido, aunque una manta calentita y un fuego de chimenea tampoco estaban tan mal. Los niños son tan caprichosos... 

Cansada de voltear por el fondo marino, subió a la superficie en busca de la roca. Había anochecido y hacía más frio. En lo alto de la roca, la figura de la niña se recortaba bajo la blanquecida luz de la luna, en un espectaculo mágico.

Desgraciadamente, Susana empezó a toser y murió de tuberculosis en tan sólo cinco minutos. La oscuridad que percibía le angustiaba de tal modo que, cuando su madre encendió la luz del dormitorio, la chica quedó cegada pero feliz. Abrazó a su atónita progenitora y, acto seguido, cambió su colección de cuentos de sirenas por varias piezas de ropa interior indecorosa. Y nunca más se pintó las uñas de rosa.