INFIERNO, más allá del tiempo y del espacio...
Las almas que en su día fueron buenas personas se hartaron de tantas humillaciones. Se organizaron y prepararon una revuelta. La revolución de las ánimas. La guerra estalló y todo el odio acumulado durante milenios sirvió para convertir el Infierno en un auténtico INFIERNO. Satanás, divertido en un principio ante aquellos acontecimientos y perplejo al cabo de un tiempo razonable, ordenó que cesara la lucha. Pero nadie le obedeció. Sus hordas diabólicas se confundían con los millones de almas que luchaban entre sí. Satanás interrogó a uno de sus más fieles demonios, el cual – muy apesadumbrado - reconoció que el modus operandi utilizado durante los últimos siglos tal vez no había sido el más correcto. Avergonzado, contó a su señor la verdadera esencia de todo lo acontecido. Y el Señor del Averno, enloquecido por la traición de los suyos, hizo desaparecer todo el Infierno en un abrir y cerrar de ojos. Sólo Cerbero, el eterno guardián, se salvó de la ira del Señor de las Tinieblas. Y Satanás, montando sobre su fiel can, se dirigió hacia la Tierra...
PARAÍSO, más allá del tiempo y del espacio...
Las almas que en su
día fueron malas personas se hartaron de tantas pamplinas. Se organizaron y
prepararon una revuelta. La revolución de las ánimas. La guerra estalló y todo
el odio acumulado durante milenios sirvió para convertir el Paraíso en un auténtico
INFIERNO. Dios, perplejo, ordenó que cesara la lucha. Pero nadie le obedeció.
Sus ángeles se confundían con los millones de almas que luchaban entre sí. El
Señor de los Cielos interrogó a uno de sus más fieles arcángeles, el cual –muy
apesadumbrado- reconoció que el modus operandi utilizado durante los
últimos siglos tal vez no había sido el más correcto. Avergonzado, contó a su
señor la verdadera esencia de todo lo acontecido. Y Dios, enloquecido por la
traición de los suyos, hizo desaparecer todo el Paraíso en un abrir y cerrar de
ojos. Y después, muy enojado, se dirigió hacia la Tierra...
MESOPOTAMIA, 2.700 años antes de Cristo...
Agah era,
básicamente, un buen hombre. Un buen esposo, puesto que amaba ciegamente a su escultural
mujer. Un buen padre, ya que adoraba a sus hijos más que a nada en este mundo…
aunque éstos intentaran, a menudo y sin éxito, sacarle los ojos. Alto, fuerte y
robusto, de rostro sonrosado, cejijunto y muy trabajador, se pasaba labrando el
campo de sol a sol, como su difunto padre. Era muy querido por casi toda la
comunidad, debido principalmente a su carácter afable y a lo barato que vendía
los higos, los plátanos y los dátiles…
Gilghames era,
básicamente, una mala persona. Alto, fuerte y robusto, de rostro cerúleo, cejijunto
y vago, odiaba casi todo aquello que se movía sobre dos patas. Era un tipo mezquino,
ruin y envidioso, bueno para casi nada. Una maldita noche, al parecer debido a
un turbio asunto relacionado con higos, mató cobardemente, con alevosía y
nocturnidad, al bueno de Agah.
El alma de Agah, al
salir despedida de su frágil recipiente, fue recogida con sumo cariño por un
ángel de luz llamado Maddah que, batiendo sus enormes alas blancas, le llevó en
brazos hasta las mismísimas puertas del Paraíso…
Gilghames fue
descubierto, juzgado y ejecutado por sus actos, aunque no hay documentos
escritos que confirmen que sucediera exactamente por este orden. El alma de
Gilghames, al salir despedida de su frágil recipiente, fue recogida con
desprecio por un demonio llamado Habbeh que, batiendo sus enormes alas negras,
lo arrastró hasta las mismísimas puertas del Infierno.
ZARAGOZA, 1485 después de Cristo…
María había sido
condenada a morir en la hoguera por bruja. Algo habitual en la época. Era una
muchacha muy joven, muy bella y muy humilde, cuyo único delito había sido deslumbrar
al hombre equivocado. La envidia mata, sobretodo cuando además de ser
envidiada, eres una insuperable molestia para la doncella más rica y más fea de
la comarca. Decenas de repugnantes personas esperaban ansiosas presenciar el
macabro espectáculo. Detrás de la asquerosa multitud, tan cerca y sin embargo
muy lejos, se encontraron Maddah y Habbeh.
-
Que sorpresa verte
por aquí, Habbeh – dijo Maddah con una inocente sonrisa. ¿Puedo saber a qué se debe el honor? -
preguntó el ángel de luz.
-
Es evidente ¿no?
Van a quemar a una bruja. Yo haré mi trabajo y recogeré con sumo cuidado su
alma. Luego nos daremos una vuelta por el Averno – respondió
jocosamente el demonio.
-
Perdona, pero has
hecho el viaje en vano. El alma de María es mía. Su ánima será llevada al Paraíso
porque es una buena persona –dijo Maddah algo más tenso de lo habitual en un
ángel de luz.
-
Mira, idiota. María
es una bruja. Ha sido condenada por vuestra Iglesia y se quemará primero en la
plaza y después en el Infierno –replicó Habbeh con una crueldad
infrahumana.
-
ESA no es nuestra Iglesia,
maldito engendro del demonio. Y el alma de María se vendrá conmigo - dijo el ángel con
acritud. Te recuerdo que hay unas reglas
que cumplir; las almas bondadosas
para nosotros; las almas malvadas para vosotros... está escrito –
sentenció.
-
No me apetece
discutir contigo, majadero. Hoy no. Pero nos volveremos a ver... – contestó Habbeh
con una mirada rellena de odio.
-
No tengo la menor
duda – finalizó Maddah,
mientras prendían fuego a la hoguera, entre la nauseabunda algarabía de la
multitud…
HIROSHIMA, 6 de agosto de 1945...
Maddah echó un
vistazo a su alrededor. Cientos de ángeles y demonios estaban ya posicionados,
esperando pacientemente el preciso momento para actuar. Nos hemos convertido en algo peor que buitres - pensó. Un extraño
silencio se pegaba a todo su ser, incomodándole más si cabe. Iba a suceder algo
terrible. Lo sabía. Todos lo sabían…
Maddah notó una
presencia familiar a su espalda y se giró lentamente.
-
Hola Habbeh – dijo el ángel, saludando
con grandes dosis de indiferencia.
-
Muy buenas, Maddah. Observo con asombro que vosotros
también lo habéis notado – respondió el demonio con cinismo. Aquí va a pasar algo muy gordo, muy… pero
que muy gordo…
-
Llevamos días
percibiendo algo terrible en esta zona. No sabemos exactamente ni qué, ni cómo
sucederá, pero creemos que miles de almas quedarán libres en un intervalo de
tiempo muy pequeño – reconoció el ángel, con tristeza.
-
Qué pena… ¿verdad? – añadió
irónicamente el demonio. Corren buenos
tiempos para nuestro oficio, ¿sabes? He estado en Alemania, en Inglaterra, en Francia;
también pase algún tiempo en Rusia, donde por cierto trabajé como nunca antes
lo había hecho. Obtuve un ascenso y todo, chico bueno… deberías felicitarme.
Han sido unos años gloriosos – respondió con una sonrisa satánica en los
labios…
-
Han sido unos años
desastrosos. Nunca antes la humanidad había alcanzado cotas de locura y
destrucción semejantes –replicó el ángel de luz. Y para acabar de empeorar las cosas sólo ha faltado que vosotros
rompierais el pacto…
-
Que te follen, Maddah.
Yo no he roto nunca nada. No pueden decir lo mismo muchos de los vuestros, que
sí se han convertido en cuatreros de almas. Sois tan repugnantes como nosotros…
o quizás incluso más. Lo nuestro es genético, somos malos por naturaleza
¿entiendes, idiota? Pero se supone que vosotros sois ángeles buenecitos que no
deberían cometer semejantes fechorías…
Un descomunal resplandor interrumpió salvajemente la discusión, tragándose toda la realidad que rodeaba a Maddah y Habbeh. El estruendo que le siguió fue ensordecedor incluso para los seres de luz y de sombra. Durante unos segundos, el tiempo dejó de existir. Y mientras miles de almas flotaban confundidas sobre una Hiroshima carbonizada y en llamas… ángeles y demonios alzaron el vuelo velozmente, ondeando sus crueles e injustas redes, preparados ya para la cacería más grande de la historia…
BARCELONA, 2067 después de Cristo…
Cuando Dios se
materializó junto a las ruinas del templo de la Sagrada Familia, no podía creer
lo que sus ojos le mostraban. Cientos de cadáveres alfombraban los alrededores
de lo que antaño fue la fachada principal. Los cuerpos mutilados, abrasados y
destrozados eran como un gigantesco e irrealizable puzzle cárnico, con miles de
piezas que lamentablemente ya no encajaban.
Los tanques seguían
vomitando fuego contra los edificios, mientras que los aviones bombardeaban sin
piedad cada rincón de la castigada ciudad. Tropas de personas de todas las
edades, sexos y creencias religiosas disparaban descontroladamente, agrupadas
en paranoicas guerrillas urbanas que se atacaban sin ningún criterio. Y las
miles de almas que se liberaban a cada segundo, flotaban aturdidas en el limbo,
huérfanas de guías en forma de ángeles o demonios que las recogieran. Y lo que
era mucho peor… sin ningún lugar a donde ir.
La mayoría de los
ángeles sollozaban inconsolables, escondidos en los lugares más altos del
planeta, intentando acercarse inútilmente a su ahora inexistente hogar.
Maldecían arrepentidos todos sus errores, conscientes de haber provocado la ira
de Dios y la desaparición del Paraíso.
La mayoría de los
demonios, una vez enterados de lo ocurrido en el Infierno, permanecían
escondidos en el subsuelo terrestre, esperando el castigo de su Señor. Sabían
que tarde o temprano vendría en su busca. Sabían que los encontraría. Y eso les
horrorizaba hasta enloquecerlos…
Dios meditó durante
unos segundos. Con una tristeza infinita, que se derramaba por sus ojos, alzó los
brazos como queriendo tocar las nubes con las manos. Y cuando dejó de apretar
los puños con fuerza… la raza humana ya había dejado de existir. El silencio
que se hizo a continuación fue sepulcral, sólo roto por el macabro goteo de los
aviones estrellándose contra el suelo.
Ángeles y demonios
sintieron la sacudida cósmica provocada por la repentina ausencia de la
humanidad. Pero tuvieron tan sólo unos segundos para sentir mucho miedo… antes
de desaparecer ellos también en el olvido divino. Sin seres humanos, ni ángeles,
ni demonios fue fácil para Dios encontrar a Satanás, merendando en una
hamburguesería…
-
Te lo dije… NO es
tan fácil como parece. Hacer que se quieran, se amen, se respeten y todas esas
cosas que discutimos hace una eternidad es una quimera imposible - dijo el Señor de las Tinieblas. Deberías intentarlo de nuevo, pero esta vez
prueba… con amebas, por ejemplo.
-
Es culpa mía… - dijo Dios sin
escuchar a Satanás. Al cabo de los
milenios me relajé, no presté suficiente atención a las señales… a lo que
estaba sucediendo en la Tierra. Incluso me dejé engañar por los míos – reflexionó
Dios.
-
Venga, ¿les damos
otra oportunidad, estimado colega? – preguntó Satanás, guiñándole un ojo
pícaramente.
Al Señor de los
Cielos se le iluminó la cara de nuevo. Esbozó una leve sonrisa y rebuscó entre
su legendaria túnica blanca. Sacó tres maravillosos dados de oro macizo, con
rubíes engarzados. Jugueteó con ellos, los acarició con ternura y les regaló un
soplido de la suerte.
-
Está bien. Empezaremos
de nuevo. El número más alto elegirá – dijo mientras lanzaba los dados. Durante
unos interminables segundos, éstos bailaron, rodando libremente por el suelo hasta
detenerse.
-
Cuatro, seis y
seis. Dieciséis. Vaya… una tirada difícil de superar – gruñó el Señor del
Averno, mientras recogía los dados, observándolos con una mezcla de curiosidad
y desconfianza. ¿No estarán trucados,
verdad? – añadió.
-
Venga ya, maldito
viejo gruñón de los Infiernos. Lanza de una vez y deja de gimotear – contestó Dios,
risueño.
Satanás lanzó los
tres dados muy arriba. Tardaron una eternidad en bajar. Y otra en dejar de
girar sobre el suelo. Lo hicieron uno detrás de otro, en perfecta
sincronización.
- Seis, seis, seis… ¡gané!, ¡gaNÉ!, ¡GANÉ!… lo
siento mucho viejo amigo… pero elijo una vez más el Infierno – exclamó
Satanás con alegría, mientras Dios sonreía para sus adentros.
-
Cuando tenga
terminado mi nuevo Infierno, me gustaría recuperar primero a mis demonios. Con
la venia de Su Señoría, por supuesto. Y
luego te mandaré a uno de ellos a la Tierra… - dijo el Señor de las Tinieblas, mientras
montaba a lomos de un Cerbero algo confundido.
-
Bien. Yo haré lo
mismo. Una vez estrene mi Paraíso, enviaré a uno de los ángeles… ya veremos si
encuentro alguno medianamente bondadoso –
respondió Dios, antes de desaparecer entre una nube de polvo blanco.
JARDÍN DEL EDÉN, más allá del tiempo y del espacio...
-
Me siento muy
extraño – dijo Maddah, tocándose con sumo cuidado cada palmo de su anatomía.
Sin mis alas es como si estuviera desnudo…
-
Eso es porque estás
desnudo, idiota… y deja me mirarme las tetas, que me pones de los nervios –
contestó Habbeh, antes de mordisquear una manzana.