martes, 26 de enero de 2016

1994: The beginning

En el año 1994 me pasaron un par de cosas que cambiaron totalmente mi vida. A mejor, quiero decir. Una fue ser padre. Bueno, técnicamente, mi hijo David nace el 18 de diciembre de 1993. Pero me meto de lleno en el papel en el 94. Pero esto no va sobre mi paternidad. Probablemente escriba un libro sobre lo sobrevalorada que está la paternidad más adelante. Algo que hará que la raza humana se extinga. Nada pretencioso, por supuesto. 

Este relato va sobre cómo conocí a Pilar Muñoz. Y de cómo Pilar Muñoz cambió mi destino para siempre. Y de algunas anécdotas vitales. Y divertidas. Lo sé. Algunas veces soy tan dramático que doy asco...

Si Pilar fue la gasolina que hizo arder mi vida pasada, mi padre trajo los fósforos a la fiesta. En 1994 yo estaba en el paro, siendo ya padre de mi propio hijo. Mi nivel de estrés era alto. Había estado trabajando durante nueve años en Marta Bach, una empresa familiar de confección de prendas de vestir de ante y napa. Había sido el mensajero. Había cortado piel. Había controlado el almacén. Había llevado la contabilidad. Así que en 1994 yo andaba buscando un trabajo acorde a mis múltiples habilidades y conocimientos. Sin demasiado éxito. O como diría un político de esos cabrones, con éxito cero.

Los domingos íbamos a comer a casa de mis padres. Una tradición. Mi padre comentaba alegremente anécdotas sobre el lugar donde llevaba trabajando algún tiempo. Siendo, como había sido siempre, un sindicalista, eso me hizo sospechar que estaba siendo abducido por una secta destructiva. Cuando nos dijo que tenía que viajar a Praga en autobús supe que ese lugar de trabajo no podía ser ni medio normal. Incluso desde mi conservadora visión de la vida, acerté. Tal vez por todo esto, cuando mi padre me dijo de ir a la Fundació Centre del Vidre de Barcelona a hablar con la directora, entré en pánico. ¡Mi padre trataba de meterme en su secta! Me puse muy nervioso porque a mi las túnicas blancas siempre me han sentado fatal...

Sin embargo, rechazar su propuesta sin más me parecía mal. Yo andaba sin trabajo. Con un hijo al que alimentar. Definitivamente, necesitaba ese trabajo. Que mi padre me dijera que yo iba a venir a la escuela para ayudarle, todavía me causó más escalofríos. Mi padre es un magnífico mecánico, que además sabe de electricidad, soldaduras, carpintería. ¡Mi padre es el puto McGyver! Yo, gracias a la Formación Profesional que hice, especializado en Electricidad - Electrónica, puedo cambiar una bombilla sin apenas quemarme los dedos. Un auténtico inútil con las manos. Todo era terriblemente sospechoso. E inquietante.

Llegamos a la FCVB. Era un edificio, una antigua fábrica textil, mucho más grande de lo que había imaginado. Al entrar, mi padre me presentó a varias personas, la mayoría parecían salidas de la serie Fama. Yo, por aquél entonces, estaba alejado de lo que sería el mundo artístico. De hecho, vivía en las Antípodas del mismo. El caso es que mientras hablábamos con alguien, entró Pilar. Me pareció muy alta. Y había una cierta dureza en su rostro, en su mirada. Por supuesto me acojone. Me saludó, dijo que tenía que hacer una llamada y que enseguida nos reuniríamos en su despacho, que estaba en la primera planta. Así fue.

Mi padre no estaba presente en la reunión. Saqué mi curriculum vitae, Pilar le echó un vistazo y me preguntó si sabía cual era el trabajo por el cual me habían llamado. Le comenté que más o menos. Que mi padre me había dicho algo de ayudarle en el taller. No exactamente, dijo. Necesitamos a alguien para que barra y limpie los talleres. Ojalá alguien me hubiera sacado una foto en aquél momento porque ahora ilustraría este relato y nos íbamos a reír mucho. ¿Barrer? ¿Había dicho barrer? Pilar seguramente se dio cuenta que yo había entrado en colapso y continuo hablando. Es evidente, por tu curriculum, que no es el trabajo más adecuado pero ahora mismo es lo que tenemos. 

Su sinceridad era tan brutal que me arrastró de nuevo a su universo. Pilar, le dije, yo algunas veces barro en mi casa. Algunas. Mi casa tiene 50 metros cuadrados. Vuestra escuela 1.500. Pero tampoco quiero que mi padre piense que se me caen los anillos. Empiezo a trabajar cuando me digas y, si ves que no funciono, me lo dices y a la calle. Yo mientras seguiré buscando trabajo y también te avisaré cuando lo encuentre, para que puedas buscarme sustituto. A Pilar le pareció perfecto el trato y así empecé a currar en la FCVB, seis horas al día, barriendo.

Para barrer el suelo de los talleres no se utiliza la técnica comúnmente conocida como Cariño, tienes que barrer el comedor. No. ¿La razón? Porque se levanta mucho polvo. Y transformas una clase de vidrieras en cualquier barrio de Londres a las 6 de la mañana. Y eso pone de mal humor a las personas. Al menos a las que no les gusta mucho Londres. Por supuesto, asistí a una master class que me dio Carmen, la señora de la limpieza que se ocupaba del trabajo fino, despachos, baños... 

El primer paso no parecía muy difícil. Se trataba de coger cantidades importantes de serrín, cuya unidad de medida es el pinocho muerto, y humedecerlas. No mojarlas. Humedecerlas. Las llevaba con un cubo hasta la superficie a barrer. Iba esparciendo el serrín húmedo por el taller, como si fuera dando de comer a las gallinas pero sin gallinas. Una vez había cubierto unos pocos metros cuadrados, empezaba a barrer. Si el serrín estaba correctamente humedecido, el taller quedaba limpio. Si no estaba correctamente humedecido, quedaba charco. Un drama.

La primera semana fue agotador. Yo siempre he tenido una musculatura similar a la de Woody Allen y aquello me provocó agujetas en lugares donde no sabía ni que tenía músculos. Otro problema añadido eran mis manos. Probablemente hay princesas de Disney con manitas menos delicadas que las mías. Así que, a las tres semanas de estar barriendo en la escuela tenía los callos más grandes que se han registrado desde la Tercera Glaciación. 

Por supuesto que yo seguía yendo a entrevistas de trabajo y enviando curriculums. Pero no había suerte. O no era lo suficientemente bueno. Así que seguí barriendo. 

Un día, Mònika Uz, una de las profesoras de la escuela, se me acerca y me dice, la escuela no había estado nunca tan limpia. En un primer momento pensé que me estaba tomando el pelo. Pero no. Me lo decía en serio. Evidentemente, mi plan para que Pilar me echara no estaba funcionando bien. No. Bromeo. No había ningún plan. Y lo cierto es que las palabras de Mònika me motivaron. Creo que después de ella, otros compañeros, alumnos, profesores, me felicitaron por lo limpio que lo dejaba todo. Oficialmente ya me sentía como la jodida Cenicienta, allí, triunfando entre mis fogones y esperando al Príncipe. Bueno, tal vez esta no es exactamente la metáfora que estaba buscando pero yo soy más de hipérboles...

Tres meses después, yo había echado en el suelo de los talleres de la escuela el equivalente en serrín a varios estadios de fútbol. Mis brazos habían pasado del modo Woody Allen al modo Arancha Sánchez Vicario. Los callos de mis manos estaban duros como piedras y les puse nombres bonitos y heroicos. Todo iba razonablemente bien. Incluso empezaba a sospechar que me gustaba lo que estaba haciendo. No tanto por el trabajo, que tampoco era muy épico, sino por el entorno. La gente. Los profesores. Los alumnos. Y Pilar, claro, que me llamó otra vez a su despacho...

Mira David, he decidido que te vas quince días a Praga. Flipé. Yo no sabía que los checos fueran una potencia mundial en limpieza. Me imaginé aprendiendo técnicas revolucionarias de barrido sin serrín. Igual hasta sonreí como un idiota. Te vas al taller de un artista checo, Jaromir Rybak, para aprender cómo funciona su taller de pulido de vidrio en frío. Tomarás fotos y apuntes, grabarás vídeos. Y cuando vuelvas aplicarás esos conocimientos a nuestro taller de talla. Hay una artista checa, Jaroslava Votrubová, que habla español. Ella te ayudará. Mis escasos conocimientos acerca del mundo del vidrio artístico dificultaban la magnitud de lo que me estaba contando. Bueno, pensé, si tiene un taller ¡Habrá que barrerlo! 

Poco tiempo después de volver de Praga supe que Jaromir Rybak es uno de los más grandes artistas checos en vidrio, al igual que Jaroslava. Creo que fue mejor haber ido envuelto con mi capa de ignorante. Todo fue bastante genial. Ah, y en aquél viaje a Praga ¡Empecé a escribir relatos! Allí nació el monstruo de la literatura que llevo dentro. Pero eso ya es otra historia...

2 comentarios:

  1. Para mí, el mejor trofeo para un relato es que el lector lo lea de un tirón; y que se vea reflejado en la pantalla con una sonrisa. Enhorabuena, dos de dos.

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    1. Creo que podemos contar cualquier historia de dos maneras: la dramática y la cómica. Me gusta que me hagan reír ergo, es un placer robar sonrisas. Moltes gràcies, Josep!

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