El comercial está
dándome la brasa. Yo trato de imprimir las etiquetas adhesivas y
hacerle un mínimo de caso. Soy estúpidamente educado. El tipo anda
contándome mierdas sobre el colega para el que estoy trabajando.
¿Cómo puede ser tan capullo? Quiero hacerle callar. Debo
hacerle callar. Pero la impresora vomita las etiquetas en el papel
equivocado. Mierda. Cojo aire. Miro al capullo. Cierro los ojos.
Respiro hondo...
De repente estoy
sentado en un bar. Tomando cerveza con Nuria y Alvaro. Nuria es mi
pareja, mi vida desde hace 20 años. Álvaro es un gran tipo. De esos
colegas que te llevarías a cualquier Apocalipsis Zombie sin dudarlo
ni un solo momento. No recuerdo de qué hablamos. Pero parecemos
alegres. Igual la cerveza ayuda. Seguro. La cerveza siempre ayuda.
Una sensación de bienestar me invade.
En otra mesa hay
una chica, de unos 14 años apróximadamente. Soy una pena para poner
edad a la gente. Morena y con el pelo recogido, de tez muy blanca,
pálida, casi enfermiza. De aspecto gótico. Freak. Podría ser
perfectamente hija nuestra. O de la jodida familia Addams. Está
mirando con cierta melancolía su bocadillo de queso. Una mochila con
calaveras y un refresco de algo de color naranja completa el triste
bodegón.
Siento una
perturbación en la fuerza. Un grupo de cuatro chicos entra en el
bar. Hacen ruido. Tendrán entre 13 y 16 años. Dejo de sonreírle a
mi cerveza, a mi vida y a mi colega, no necesariamente por este
orden. No puedo evitar observar como se acercan a la chica triste. La
que podría ser mi hija. La zarandean. Derraman el refresco naranja
sobre su bocadillo de queso. Y en mi interior nace una bola de fuego
muy, muy negra. El Batman que jamás pensé que llevaba dentro se
levanta.
Hagamos un
inciso. No soy el tipo más valiente de la galaxia. Mucho menos de la
Tierra. Además, comparto la misma complexión atlética que Woody
Allen. Pero tengo un problema con los hijos de puta. Que se me ha
agravado con la edad. Y, tampoco os quiero engañar, mi colega Álvaro
tiene más músculos que todos los Vengadores juntos. Él no lo sabe
todavía pero es mi as en la manga. Su presencia me da valor. Me
arenga sin abrir la boca. De lo contrario sería un puto suicidio ir
a hablar con toda esa chusma.
Me dirijo hasta
la mesa donde están la chica pálida y los chulitos de mierda. Les
invito a largarse. Educadamente. O no. Tampoco lo recuerdo y soy de
insulto fácil. Uno de los chicos golpea la cabeza de la pobre
muchacha con violencia. Desafiándome. Entonces otro de los chicos
alarga su brazo y me pone un lápiz en el cuello. Un lápiz afilado.
Noto como me pincha. Me quedo paralizado. Ellos sonríen. Su sonrisa
me da mucho asco. Mi bola de fuego negra, muy negra, explota en mi
garganta.
Sujeto la muñeca
del que sostiene el lápiz y de un puñetazo le hundo la nuez. Agarro
el lápiz antes de que caiga al suelo. Con una rapidez poco razonable
para un tipo de 48 años le meto el lápiz en el ojo al segundo de
los bastardos. Empujo con fuerza para asegurarme que le atravieso el
cerebro. Intento no mirar mucho porque a mi la sangre me da cosa.
Los otros dos ya
no sonríen. Me gusta. Porque su sonrisa me daba mucho asco. Agarro
la botella derramada de refresco y la hago añicos en la cabeza del
tercer cabronazo. Cae rebotando en dos mesas con bastante mala
suerte. Cuando llega al suelo su cabeza ya está del revés. Su
cuerpo tiembla durante unos breves segundos...
El único que
queda con vida agarra por el pelo a la chica, que grita asustada. Me
llama hijo de puta y me dice que si me acerco la matará. Pero me
acerco. Porque mi bola de fuego negra es la que ahora piensa por mi.
Le golpeo con mi bota la rodilla derecha, partiéndosela,
literalmente. Suelta a la chica, que se aparta solo un metro. Ya no
grita. Ahora el que grita es el otro. Todo muy coral. La chica ahora sonríe. Me gusta su sonrisa. Así que me quedo mirándola, mientras
destrozo la cabeza del hijo de la gran puta contra el canto de una
mesa. Repetidas veces...
Silencio. Me giro
lentamente y veo a Nuria y a Álvaro de pie. Están casi tan blancos
como la chica freak. Ellos, sin embargo, no sonríen. Intento
explicarles lo inexplicable. Levanto mis manos de forma teatral
porque soy un poco dramático y las veo totalmente cubiertas de
sangre. La imagen es hipnótica. Hay horror y fascinación.
Fascinación y horror. Grito.
Me despierto
sobresaltado, con el corazón latiendo con muchísima fuerza contra
mi pecho. Miro el reloj con mis ojos de miope y me parece ver que
apenas son las 2 de la madrugada. Núria duerme como un ángel a mi
lado. Trato de tranquilizarme. De respirar hondo. Pienso muy
seriamente en el sueño. Y si algo me queda claro es que hay cosas
del pasado que no he conseguido superar. Y me duermo viajando con
miedo hacia mi interior, a sabiendas que en mi subconsciente hay ira
y odio suficientes como para alimentar una bola de fuego negro muy
grande. Enorme...
No hay comentarios:
Publicar un comentario