viernes, 2 de septiembre de 2016

Sanesbar Day 2016

Una vez al año, desafío a la muerte jugando un partido de fútbol sala sin entrenar ni un solo día. Este año 2016 lo hice recién cumplidos los 49. Que conste que un mes antes del partido, todos los días, pensaba durante unos segundos en que debía salir a correr un poco. Calentar motores. Pensar es gratis...

Al grano. Una vez al año, nos reunimos en una jornada lúdico – deportiva - festiva una gran cantidad de jugadores del Sanesbar, el equipo de fútbol sala que marcó una época. La nuestra, concretamente. La media de edad del grupo supera los 50 años. Por fortuna, alguien pensó que era una buena idea invitar a hijos, hermanos o amigos. Gente joven, vamos. Este año nos juntamos 15 seres humanos dispuestos a darlo todo. Aunque todo, en muchos casos, no es demasiado.

El resultado final del partido fue de 6 a 3. El equipo en el que yo jugaba, integrado por un montón de jugadores apellidados Hierro, perdió. Tampoco fue un drama. Lo importante no es participar. Lo verdaderamente importante es seguir con vida después de casi dos horas de partido. Bajo un sol de justicia. Y lo conseguimos. Somos bastante mejores en esto de sobrevivir que los espartanos.

Cosas a destacar. Los tipos que llevan de apellido Salas ganan año tras año el trofeo al mejor jugador. Senior y junior. De casta le viene al galgo. Gran partido de Carles y Joan. Otra cosa. La gente joven corre mucho. Aunque también se cansan. Mi hijo tiene 22 años y hoy andaba como Robocop. Los años no pasan en balde y el Ventolín solo me sirve para evitar un paro cardio-respiratorio. Yo hubiera matado por tener ruedas. Agujetas es nombre de mujer...

Más cosas. Conseguí lanzar dos disparos a puerta. Uno de ellos hubiera hecho llorar de risa a Heidi. Colgamos la pelota dos veces. Parece una tontería pero el campo está rodeado de alambradas de por lo menos cuatro metros de altura. Quiero decir que, los que mandaron la pelota a Cuenca, tuvieron que esforzarse mucho. No voy a dar nombres en esta contra-crónica, porque Sergi y Jordi no lo hicieron a propósito. Para recuperar la pelota nos ceñimos a la Ley de la Botella. Con éxito.

Una de las cosas más divertidas del partido es que traté de pasarle la pelota a mi primo Xavier unas 14.513 veces, todas sin éxito. Veamos, mi mente tenía claro dónde debía ir el balón. Mandaba la orden más o menos deprisa a los músculos de mis piernas. Pero, por si acaso, mi cerebro retenía oxígeno suficiente como para que no me desmayara. Resultado: 14.513 pases al contrario. Un drama.


Una vez finalizado el partido, Nacho me dijo que le había chutado las pelotas. Las suyas personales. No es que dude de la palabra de una persona como él, pero yo pensaba que cuando le chutas las pelotas a alguien te acabas enterando por los gritos. Nacho no gritó y yo no recuerdo el lance. Empate técnico. Por si las moscas le pedí perdón. Tampoco recuerdo cuantos goles marqué, porque 0 es un número difícil de recordar.

La ducha es el purgatorio necesario para llegar al cielo del restaurante, donde las cervezas, el vino, los montaditos y la pizza cuatro quesos normalizan mi universo. Comentarios de la jornada futbolística, risas, anécdotas, helado y café. Votaciones, premios, honores y hasta sorpresas. Aplausos. Y un año más, compartiendo un sábado memorable en torno al Sanesbar y su gente, repleto de vivencias y fotos tan divertidas como emotivas. El año que viene más. Porque... ¿Quién dijo miedo?

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