jueves, 22 de marzo de 2018

Esclavos

Hoy me he levantado súper contento y os voy a dar 4 consejos, muy de Paulo Coelho de los chinos (va por ti Miguel Ángel), para que seáis un poco más felices: 

1. Todo es mentira. Partiendo de esta base, se hace mucho más fácil la felicidad existencial. No te enfades por cualquier mierda que escuches, leas o veas. Probablemente, en un 95% de las ocasiones, sea mentira... 

2. No has sido libre en tu puta vida. Acéptalo. Eso relaja un montón. Se te pasan casi todas las fustraciones personales. Eres un esclavo. Si crees que no lo eres o puedes llegar ser libre es porque formas parte de un selecto grupo de motivados de la vida. Pide tu ingreso en los X-Men de inmediato. 

3. La justicia no existe. Yo lo aprendí con 18 años, cuando fui condenado por algo que no hice. Podría haber sido del equipo A, pero ya tenían a MA Baracus. Procura no ser pobre y meterte en un juzgado. Bueno, procura no ser pobre y procura no meterte en un juzgado. Así mejor... 

4. No puedes ir contra el sistema. Lleva ahí desde hace miles de años. Es un tsunami de 100 metros. Toneladas métricas de agua salada. Tú, en el mejor de los casos, eres un surfista con una tabla de mierda. Es una metáfora, eh? Debes temer al sistema. Es cruel e implacable. Y con ese miedo, coger tu tabla y surfearlo. Algunas veces el miedo se mezcla con una extraña sensación de felicidad. Otras con un vértigo escalofriante. 

Así es mi vida. Sed un poco más felices...

miércoles, 14 de marzo de 2018

Piratas

Yo ho, yo ho, a pirate's life for me... Ayer navegué. Por el mar, eh? No rollito principiante, como el loser de Cristobal Colón. Mi capitán sabía muy bien a dónde íbamos. Yo me hice mi propia película. Bucólica. Soy un puto Pinzón.

La salida del puerto de Barcelona fue épica. En mi cabeza se ordenaban con claridad las notas de la banda sonora de Piratas del Caribe. Saqué mi cámara y desde la proa de la barca, de casi 8 metros de eslora, manteniendo un equilibrio ninja a 3 nudos de velocidad, hice fotos de Barcelona y de mi capitán. Todo era emocionante y maravilloso...

Estando ya junto a mi capitán, más bien detrás, y ya saliendo del puerto, la barca aceleró. Me agarré con bastante rapidez de reflejos, para lo que viene siendo mi edad, al asiento del capitán. Un nuevo acelerón fue suficiente para agradecer a Dios el haberme aferrado allí. Aquello había dejado de ser bucólico para pasar a ser muy emocionante...



Mi capitán, un tío listo, un lobo de mar acostumbrado a los idiotas, me sugirió que pasará de detras de él, donde no podía ver en qué momento me caería al agua, a ponerme delante de la consola de navegación, con la espalda apoyada. De esa manera me tenía vigilado...

La posición más adecuada en ese lugar sería la que adopta un luchador de sumo, con las rodillas un poco flexionadas. Estuve así más de una hora. Tengo tantas agujetas en las piernas que, ahora mismo, una anciana de 80 años me ha cedido su asiento en el tren y me ha dado un caramelo de eucaliptus.

La barca surcaba los mares a una velocidad considerable, unos 30 nudos. El aire frío rejuvenecía mi cutis por momentos y la agūilla que brotaba de mi nariz salía volando hasta caer al mar, en una metáfora un tanto absurda. No me atrevía ni a sacar el móvil.

Este tipo de barcas se desliza sobre las olas. Las cabalga. Y nosotros con ella. Lo mio no es cabalgar. Enfocar con la cámara, sin sacarme un ojo, era una risa. Y la verdad es que reí mucho. De mi mismo. Hice más de 300 fotos, la mayoría nubes y horizontes torcidos. Una tragicomedia...

Cuando dejaba de tratar de fotografiar gaviotas o aviones, todo mejoraba. Me centraba en la inmensidad del mar, en la belleza del paisaje, en la fuerza del viento, en disfrutar el viaje, las olas, TODO. Fue una experiencia bestial. Eso sí, no vimos delfines ni sirenas...