viernes, 26 de julio de 2019

Sanesbar Meeting Night 2019



Hoy más que nunca entiendo a Alaska y los Pegamoides. Tengo los huesos desencajados, el femur tengo muy dislocado; tengo el cuerpo muy mal, pero una gran vida social. También me duele la cadera y un dedo, aunque no salga en la canción. Lo digo para ampliar la noticia y eso. Luego entraré en los pormenores. O tal vez no. Las personas sensibles dejad de leer esto inmediatamente...

Ayer jugamos el partido anual de fútbol sala que celebramos la gente del Sanesbar, en un claro desafío al sentido común. Porque normalmente ya no jugamos a fútbol sala. Porque normalmente ya no hacemos deporte. Porque normalmente ya no tenemos menos de 50 años. Pero sí. Volvimos a hacerlo. Y volvió a salir bien. Vamos, que no hubo muertos. Y esa es la mejor de las noticias… A pesar de que había leído que hacer estiramientos antes del partido ya no se llevaba, y compartí tan vital información con miembros de mi presunto equipo, los hicimos. En esto siempre hemos sido un poco antisistema. Ya en el terreno de juego, momentos antes del partido, había varios balones cruzándose por el campo. Uno rosa. Ni rastro de unicornios. Césped artificial en perfectas condiciones. Tarde fenomenal para la práctica de nuestro deporte favorito. Lástima que nadie trajera las palas de ping-pong.


Los equipos estaban casi hechos, aunque faltaba un fichaje en el mercado de primavera que nivelara numéricamente la cosa. Yo andaba calentando por el centro del campo y pasé de ser del equipo azul al equipo naranja en segundos. Los mercenarios somos así para todo. Muy tránsfugas. Pero el peto naranja me queda muy elegante. Vendría a ser algo así como el chaleco del mundo del deporte.


El partido empezó trepidantemente mal y, además de ahogarme en la segunda jugada, en nada ya perdíamos 3 a 0. Joan y Sergi (entre los dos sumaban menos edad que cualquiera de nuestro equipo) se movían muy rápido. Y muy bien. Carlos Salas gobernaba el centro del campo. A ver, que lo importante es participar, pero si no caes humillado por una goleada escandalosa pues mejor. Algo no funcionaba bien en nuestra escuadra pero no sabíamos exactamente qué era ese algo. No tenemos entrenador. Y bueno, a nivel personal, yo ya me daba cuenta de que mi cerebro mandaba órdenes a mis piernas que, en algunos momentos, parecían hechas de mantequilla. Las piernas no hacían caso, claro. Un drama todo. Cuando llegó la media parte, volví a sentir el refrescante riego sanguíneo por mi cerebro. No tenía muy claro el resultado en aquellos momentos. De hecho, no lo tuve claro hasta que me lo dijeron durante la cena, entre anchoa y anchoa. Alguien de nuestro equipo estaba marcando goles a pares. Ese alguien era Javi Reyes. Eso siempre es una gran noticia. Perdí la noción del tiempo y de las matemáticas. ¿La razón? En la segunda parte me puse de portero. Y cada vez que me tiraba al suelo para parar algún balón, varios miles de neuronas morían en el desplazamiento cinético. Pero vayamos por partes…


Jugando de central, durante la primera parte, la cosa no me iba muy bien. Nos hacían goles y no podía ni me atrevía a subir al ataque. También jugué de lateral cuando Diego se puso en el centro de la defensa. Incluso en el centro del campo, sustituyendo a Carlos, otro de los refuerzos. No recuerdo haber chutado ni una sola vez a portería contraria. Por cierto. Os he mentido. Jugábamos con Raúl, un fichaje nuevo, un chaval de menos de 20 años que se movía en nuestra punta de ataque. Un respiro. Sigamos.


Cuando vi a Josep con los guantes, porque estaba jugando de portero desde hacía unos minutos, nada que ver con el boxeo, le pregunté si quería que lo sustituyera. Me dijo que sí y me pasó los guantes. A mi jugar de portero no me ha gustado nunca. Pero en el campo me sentía cada vez más raro. Y los guantes eran muy chulos. Así que ¿quién dijo miedo?


Y a partir de este momento, como ya ha sucedido en anteriores crónicas deportivas a lo largo de la historia, el orden de los sumandos no altera el producto. Vamos, que voy a contar las cosas desordenadas y probablemente olvide otras que sucedieron. Igual hasta invento algo épico. Nunca se sabe...


Si jugando de central, Joan y Sergi me parecían molestos, jugando de portero se convirtieron en una pesadilla. Recuerdo que en uno de los goles que me marcaron, quedé tumbado en el suelo, boca arriba, para darle dramatismo al momento. Al abrir los ojos, Joan, que me acababa de marcar ese gol, me ayudó a levantarme. No quisiera ponerme bíblico pero fue un momento muy “Lázaro, levántate y anda… para la ducha”.


Recuerdo también una vaselina de Nacho. Que te hagan gol de vaselina en fútbol sala es una de las cosas más chungas que puede pasarte, dejando a un lado la rotura de tibia y peroné. Di “un pasito pa atrás” a pesar de no gustarme nada esa canción. Estiré mi cuerpo y, con la punta del dedo que todavía me duele, desvié el balón a córner. El estadio enloqueció. Bueno, quién dice el estadio dice Marcos, Rabinad, Pujol, Manel y mi padre. Había mucho cachondeo entre el público asistente. Sonó el nombre de René Higuita.


Hablemos de mi cadera. En el equipo contrario jugaba Carla, la más joven de la estirpe Marcos. Carla es la única valiente que juega el partido anual. Creo que tiene 12 años y no puede pesar más de 40 kilos. Una crack, teniendo en cuenta que todos los demás le doblamos o triplicamos el peso. De la edad, bueno, echad cuentas. Al grano.


Contraataque del equipo azul. El balón va a parar a los pies de Carla, libre de marca. Chuta a portería, muy cruzado. Y sin pensarlo dos veces, me lanzó al suelo, hacía mi derecha, desviando el balón mientras mi cadera impacta con el césped artificial, que no es tan blando como os parece. Mis gafas de Mortadelo saltan por los aires. La grada es un clamor. Tengo a todo el público a mi favor, excepto a la abuela de Carla.




Pasan los minutos. Chutan. Paro. Chutan. Gol. Chutan. Paro. Chutan. Gol. La cosa está muy equilibrada. Alguien dispara a portería muy fuerte y el balón me da en el cuerpo. La gente me felicita porque no saben que no me dio tiempo a apartarme. Mi defensa juega muy adelantada y no tenemos líbero. Creo que hemos empatado el partido. Todo muy loco. Nuevo contraataque del equipo azul, nuevo balón a los pies de Carla. Nuevo disparo a puerta. A la derecha. Porque Carla sabe que tengo que tener la cadera en mal estado. Y busca mi punto débil. Dónde más duele. Es una killer del área. Pero yo hace rato que no pienso. Y me vuelvo a lanzar al suelo. Jugándome el físico, que tampoco es para tanto. La cadera, concretamente. Y vuelvo a desviar a córner. Y mis gafas vuelven a salir volando. Un deja-vu hermoso.


A lo lejos veo caer a Bartu en un lance del juego. No quiero ni mirar. Soy muy sensible para estas cosas. Pero se levanta. Con algo de sangre en la rodilla. Muy Gladiator todo. Xavier Marcos hace rato que defiende la portería contraria. Ambos sufrimos por igual los ataques de los delanteros rivales. Carlos Salas también va al suelo en otro lance. Un choque con Josep, creo. El árbitro no pita nada. Me parece bastante injusto. Luego me acuerdo que jugamos sin árbitro y se me pasa.


Los goles van cayendo. A mi me da la sensación de que perdemos de 3, y miento al público asistente que me pregunta por el resultado. Miento pero sin maldad, porque realmente no sé cuánto vamos. Un trallazo de Joan sale cerca de mi escuadra izquierda. Paso dos balones directamente al contrario porque el sol del atardecer me da en la cara. No es una excusa. Necesito un eclipse, pero la Luna no juega a nuestro favor. Nuevo error. Nueva parada.


Vuelvo al suelo en otra intervención poco académica tras un chut de Enric. Los Salas siguen controlando el centro del campo. Nacho marca en un fuera de juego escandaloso, si existiera el fuera de juego en fútbol sala. Mi padre grita de cachondeo total “el VAR, el VAR” y mi madre, cansada de estar de pie, se marcha al BAR a tomar una Coca-Cola sin azúcar. El partido parece no tener fin, pero sorprendentemente me lo estoy pasando muy bien. Genial. Para ser el portero, digo. Antes de la bocina final, decidimos terminarlo. Lo que dije antes. Somos unos antisistema. Nos hacemos la foto “finish”, con las caras desencajadas, aunque luego parecen sonrisas raras, para que salgan los que siempre llegan tarde a la foto de “antish”. Perdón por un chiste tan malo. Lo de menos es el resultado, pero horas más tarde me entero que hemos perdido de tan solo de 2 goles. No está tan mal… 


Y nos vamos a cenar. La mesa es muy larga porque este años somos 21. El momento de la cena sirve de recordatorio de las mejores anécdotas del partido. Este año, además, vemos en directo como el Barça gana la Liga. Eso alegra a una parte de los componentes del Sanesbar. Básicamente a los que nos gusta mucho el BAR. Del nombre de nuestro equipo, digo. La mayoría cenamos unas tostadas en las que podríamos dormir encima y taparnos con el atún y el queso que llevan. Enric pregunta que qué hay de segundo. Yo me tomo un café. Una inoportuna migraña nos obliga a aplazar la entrega del trofeo a Xavier. Pero nos regala la oportunidad de vernos de nuevo muy pronto.