domingo, 9 de agosto de 2015

Historias de Ceyma: Religión

La clase de religión nos la daba uno de los dos directores de la academia: Don Manuel. 

Don Manuel era una de esas personas a las que se le tiene respeto sólo mirarle los ojos, si es que tenías huevos para hacerlo durante más de dos segundos. Le recuerdo vagamente, ni muy alto ni muy bajo, ni muy gordo ni muy flaco, con gafas, poco pelo y siempre vestido de gris. 

Por aquel entonces yo ya era uno de los empollones oficiales de la clase. Un alumno modelo, tímido, callado y con un corte de pelo imposible que alejaba a todas y cada una de las chicas de la clase de mi alrededor, incluidas las menos agraciadas. 

Recuerdo que el día de autos, me hallaba sentado al lado de Óscar Peña, el que fue uno de mis mejores colegas durante años. Estábamos especialmente alegres, contentos o alborotados, no se por qué… Pero vuelvo a repetir que era algo poco habitual en un gusano de biblioteca como yo. 

El caso es que Don Manuel empezó la clase de religión, explicando con pelos y señales el emocionante pasaje que cuenta la historia del arca de Noé, el Diluvio Universal y un monte que no me acuerdo ahora mismo como se llama. 

Soy incapaz de recordar la burrada que me susurró Óscar al oído. Sólo se que, en mitad de la clase, nos entró un ataque de risa difícil de controlar. Taparse la boca sólo servía para forzar a los mocos a salir en todas direcciones. El espectáculo era lamentable. 

El director, perplejo al verme en aquellas circunstancias, nos llamó la atención. Traté por todos los medios de tranquilizarme, pero me resultaba harto difícil. El caso es que Óscar y yo seguíamos demasiados pendientes de aguantarnos la risa como para seguir el ritmo de la clase. Me esforcé tanto en concentrarme para no reír que, cuando me di cuenta que Don Manuel me hablaba ya fue demasiado tarde: 

- ¿Quiénes están hablando, señor Hierro? – entendí que me preguntaba de una manera retórica. 

Yo, que no quería delatar a mi compañero aunque fuera evidente que los dos andábamos haciendo el tarambana confesé solemnemente: 

- Yo. 

La clase entera, salvo Óscar y un servidor, explotó en una risotada que me dejó perplejo. Aquello era inaudito. Por aquel entonces yo podía ser tan divertido como un ataque de apendicitis. 

- Así que usted se salvó del Diluvio Universal, ¿no? – me preguntó muy enfadado Don Manuel. 

¿Qué yo qué? Pensé. Pero cuando aun resonaban las palabras en mi mente, se hizo la luz en mi hipotálamo. Don Manuel me había preguntado “quienes se salvaron” en una clara referencia a Noe, su mujer y todos los putos bichos que subieron al arca. Y va y le contesto que yo. De locos. 

Y fue entonces cuando Óscar, que me debía estar leyendo la mente, reventó a reír como un loco contagiándome nuevamente a mi también. Por supuesto, acabamos los dos castigados de rodillas y cara a la pizarra con los brazos en cruz. Pero aun así, era difícil dejar de reír…

2 comentarios:

  1. Hola David. Sabías que tanto Don Manuel, como Don César, han muerto asesinados???. Yo me enteré hace tiempo. Si quieres que te explique mas mi correo es tueder92@hotmail.com

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    1. Sí! Me lo contaron cuando nos juntamos de nuevo algunos de la clase...

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