jueves, 24 de septiembre de 2015

Cucaracha

La cucaracha asomó, con suma delicadeza, su linda y amorfa cabecita por entre dos baldosas que, además de tener un color feísimo y estar mal alicatadas, le servían de improvisada y rústica ventana al mundo de los humanos. Una tenue y mortecina luz, emitida por el piloto rojo del horno, iluminaba parte de su micro-universo, imitando a la perfección el poder calórico de una enana blanca ubicada a dos millones de años luz...

El negro y elegante insecto miró detenidamente a derecha e izquierda y, después de algunos segundos de duda existencial, correteó velozmente por todo el frió y blanquecino mármol de la cocina hasta alcanzar un plato con algunos restos de jugosa comida, que era lo más parecido que la cucaracha había visto en toda su vida al Paraíso, según las escrituras del Apóstol Mariachi.

A pesar de toda una serie de sucias mentiras al respecto (emitidas sin ningún tipo de rigor científico ni geográfico), cabe decir que las cucarachas son insectos muy limpios y tal vez incluso higiénicos por definición. Es por ello que no quedó ni rastro de babas (ni de ningún otro tipo de sustancia pegajosa parecida) sobre la noble piedra marmórea tras el paso del simpático animalito, a pesar de que éste iba completamente descalzo.

Gracias al hambre acumulado en las últimas seis horas (debido a un desagradable incidente con una banda de ácaros que acabaron mordiendo el polvo), la cucaracha sació su apetito devorando con lujuria gástrica unos trocitos de pollo al curry que algún niño malcriado había dejado de comer, sin ponerse a pensar en las terribles consecuencias que de ello pudieran derivarse, principalmente en la bolsa de Tokyo.

Uno de los problemas más frecuentes (y no por ello menos importante) detectado en la curiosa psicología de la cucaracha común hispánica, es su total falta de criterio a la hora de decidir cuando dejar de injerir alimentos, para así evitar reventar de gula. La cucaracha tuvo la inquebrantable y pétrea creencia de que había llegado la hora de finalizar la comilona y salir del plato, cuando una luz cegadora la sumergió en un estado de quietud hipnótica, próximo a la quietud post-mortem, también conocida vulgarmente por la Comunidad Regional de Insectos como Chaf.

La percepción de energía cinética en forma de vibraciones sonoras (que casi la hace volcar mortalmente) significaba que debía largarse urgentemente a casita, antes que la enorme, y no por ello menos fea, humana encontrara alguna cosa con la que modificar su forma y volumen en partes iguales, e inversamente proporcional a su estado de salud ideal.

Los nervios de ambas criaturas de Dios se pusieron de acuerdo en ayudar a la cucaracha en el primer y fallido golpetazo que la hembra humana dejó caer sobre el duro mármol de la cocina. Dos platos se hicieron añicos, lanzando proyectiles cárnicos y cerámicos, de un nivel mortal elevado, que pasaron por encima de la horrorizada cucaracha que llevaba escrita la palabra miedo en su rostro.

Un segundo impacto, esta vez tan cercano que pudo percibir un familiar aroma a perejil, hizo que el simpático insecto empezara a recitar en voz alta y sin complejos, alguno de los versículos más místicos sobre pecados veniales y pecadores mortales, con el fin de obtener un pase pernocta al Reino de los Cienos. Cuando sus patitas estaban a punto de estallarle debido al esfuerzo máximo por conseguir una velocidad coherente con sus ganas de vivir, observó de reojo que la humana se había retirado un poco y andaba buscando enloquecida alguna otra cosa con que finiquitar su existencia.

La distancia que le separaba del pequeño orificio en forma de huida era ya aceptable para la supervivencia, habida cuenta de la absurda estrategia empleada por su acosadora, que le había dado unos segundos vitales para alargar su vida un poco más, persiguiendo con ahínco obtener unas pautas de longevidad limítrofes a las de los quelonios...

Una vez la cucaracha llegó a la pequeña ranura de la salvación, observó horrorizada como sólo la mitad de su cuerpecito pasaba sin dificultades por aquella trampa mortal en forma de agujero. Aunque movía desesperadamente sus patitas traseras, tratando de impulsarse hacia dentro, la enorme barriga repleta de pollo al curry no pasaba aunque se untara todo el cuerpo de mantequilla. Los segundos se convirtieron en horas y la vida de aquel pobre insecto empezó a pasarle (por enésima vez en lo que llevaba de fin de semana)  por delante de sus ojos...

Fue entonces cuando sintió una fuerte y húmeda presión exterior aplicada uniformemente por todo el culo (o la parte de la cucaracha que puede adoptar sin ningún tipo de complejos ese nombre). La embestida, entre diabólica y anal, le empujó brutalmente hacia la oscuridad de su pequeño sub-mundo, mientras perdía todo contacto con la realidad que tanto apreciaba...

La hembra humana miró con expresión entre sorprendida y equina, el bote de aerosol que su marido utilizaba frecuentemente para vitaminar sin éxito los geranios que malvivían en el balcón de su casa. Profirió una larga y bonita frase repleta de palabras esdrújulas que jamás deben oír los niños menores de siete años, ni las personas propensas a la migraña. Después de coger aire,  juró por lo más sagrado de la Biblia que, el día menos pensado, cambiaría el bote de desodorante que su marido usaba inútilmente, por uno de laca barata...

La cucaracha, una vez recuperado el poco conocimiento que le quedaba, vaciló sobre su estado de salud mental durante tres minutos, hasta convencerse a sí misma, y sin mentiras, de que estaba muerta. Como todo ser muriente, busco durante cinco días al Mesías (un escarabajo pelotero con estudios esotéricos) para formularle algunas preguntas sobre la vida eterna, el más allá y la fermentación del queso de cabra, temas que le tenían muy preocupada.

Vagando como una alma en pena, hizo caso omiso a las palabras emitidas por su familia, por sus amigos de la infancia y por parte de la Comunidad de Vecinos, pensando que se trataba de histéricas sombras de su ya fenecida vida terrenal, en un patético intento de comunicarse con el más allá, o sea…con ella. Estos, a su vez, cansados de tantas gilipolleces, le colgaron la etiqueta de débil mental subsidiaria y la enviaron de safari al restaurante chino ubicado en la esquina, dónde vivió muchos años gracias a la firme creencia de que ningún ser vivo puede morir en dos ocasiones...

Hoy en día, la cucaracha es asesor bursátil en Wall Street... y está pensando en volver a casarse.

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