miércoles, 9 de septiembre de 2015

El desayuno

Siguiendo la línea marcada por alguien con un sentido del humor algo extraño, hoy colgaré el principio de lo que puede ser algo insoportable y tedioso a la vez: mi diario personal.  Y que mejor manera que empezar el día, que contando mi desayuno.

Desde hace una eternidad tomo soja con cereales de estos que tienen tanta fibra que Coronado lloraría emocionado sólo verme masticarlos. No existe una explicación científica a semejante idiotez. Para empezar, la soja la tomo porque un colega me dijo que somos el único mamífero que bebe leche casi toda la vida. Y eso parece ser que es malo. Claro que mi amigo no pensó en los gatos, pero como tampoco tengo claro que sean mamíferos no entré en ningún debate estéril.

Pero la soja es bebible. Tal vez no sea ni soja. Tal vez sean cacahuetes machacados y mezclados con agua sucia de algún río inmundo pero yo me la bebo con esa sonrisa imbécil del que cree que está haciendo lo debido para cumplir 96 años y parecer que sólo tiene 93. Tampoco fumo, claro. Pero eso es otro tema.

Vayamos a los cereales con alto contenido en fibra. Esos con los que Coronado haría una serie de televisión del cagarse. Es evidente, que para tragarlos tienes que haber sido un asno en otra vida y que en esta te salvaste por los pelos o por la gracia de Dios. Trato de hacer un esfuerzo para encontrar y posteriormente mencionar algún alimento más insípido y me resulta imposible. Por no hablar de esa textura acartonada que cerrando los ojos te lleva a pensar que te estás comiendo las tapas del Quijote.

Yo desayuno eso. Prácticamente todos los días de mi vida. Bueno, de mi vida actual. Porque no siempre ha sido así. Yo hube pecado. Recuerdo cuando hace años desayunaba bocadillos de bacón con queso; cuando la grasa del bacón resbalaba desde mis pringosas manos hasta los codos formando dos charcos de felicidad en forma de colesterol a ambos lados de la mesa. Y bebía cerveza fresca. Y luego me tomaba un café. Qué tiempos aquellos. Lloro al rememorar los bocatas de lomo con pimientos verdes que se te repetían durante horas; los de atún, pimiento rojo y olivas (también llamados tricolor) que hacían que tus heces parecieran banderas de exóticos países; o los de morcilla con cebolla, capaces de hacerte beber cerveza durante varios días para apagar el ardor de estómago.

Sí, amigos. Yo también viví en el pecado de la gula en su máxima expresión culinaria. En la Sodoma y Gomorra de Ferran Adrià. Qué maravillosos desayunos. Por eso ahora me encuentro en el purgatorio de los putos cereales con fibra. Para poder entrar en el cielo con un transito intestinal como Dios manda. Hay que joderse ¿no?

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