Siguiendo la línea marcada
por alguien con un sentido del humor algo extraño, hoy colgaré el principio de
lo que puede ser algo insoportable y tedioso a la vez: mi diario personal. Y que mejor manera que empezar el día, que
contando mi desayuno.
Desde hace una eternidad tomo
soja con cereales de estos que tienen tanta fibra que Coronado lloraría
emocionado sólo verme masticarlos. No existe una explicación científica a
semejante idiotez. Para empezar, la soja la tomo porque un colega me dijo que
somos el único mamífero que bebe leche casi toda la vida. Y eso parece ser que es
malo. Claro que mi amigo no pensó en los gatos, pero como tampoco tengo claro
que sean mamíferos no entré en ningún debate estéril.
Pero la soja es bebible. Tal
vez no sea ni soja. Tal vez sean cacahuetes machacados y mezclados con agua
sucia de algún río inmundo pero yo me la bebo con esa sonrisa imbécil del que
cree que está haciendo lo debido para cumplir 96 años y parecer que sólo tiene
93. Tampoco fumo, claro. Pero eso es otro tema.
Vayamos a los cereales con
alto contenido en fibra. Esos con los que Coronado haría una serie de
televisión del cagarse. Es evidente, que para tragarlos tienes que haber sido
un asno en otra vida y que en esta te salvaste por los pelos o por la gracia de
Dios. Trato de hacer un esfuerzo para encontrar y posteriormente mencionar
algún alimento más insípido y me resulta imposible. Por no hablar de esa
textura acartonada que cerrando los ojos te lleva a pensar que te estás
comiendo las tapas del Quijote.
Yo desayuno eso.
Prácticamente todos los días de mi vida. Bueno, de mi vida actual. Porque no
siempre ha sido así. Yo hube pecado. Recuerdo cuando hace años desayunaba
bocadillos de bacón con queso; cuando la grasa del bacón resbalaba desde mis
pringosas manos hasta los codos formando dos charcos de felicidad en forma de
colesterol a ambos lados de la
mesa. Y bebía cerveza fresca. Y luego me tomaba un café. Qué
tiempos aquellos. Lloro al rememorar los bocatas de lomo con pimientos verdes
que se te repetían durante horas; los de atún, pimiento rojo y olivas (también
llamados tricolor) que hacían que tus heces parecieran banderas de exóticos
países; o los de morcilla con cebolla, capaces de hacerte beber cerveza durante
varios días para apagar el ardor de estómago.
Sí, amigos. Yo también viví
en el pecado de la gula en su máxima expresión culinaria. En la Sodoma y
Gomorra de Ferran Adrià. Qué maravillosos desayunos. Por eso ahora me encuentro
en el purgatorio de los putos cereales con fibra. Para poder entrar en el cielo
con un transito intestinal como Dios manda. Hay que joderse ¿no?
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