En algún
lejano lugar del universo, los dragones del reino Esmeralda estaban tristes.
Especialmente sus reyes. Ellos, gobernantes de uno de los pueblos más prósperos
y civilizados de toda la Tierra Malva, recibían, desde hacía ya un año, la
terrible visita de Jorge, el maldito caballero blanco, quién se llevaba siempre
encadenada a una de las jóvenes dragón bajo amenaza de exterminar a toda la
comunidad. Así pues, cada primera noche de luna llena se producía aquel hecho
tan lamentable que ensombrecía las almas de todos los grandes dragones verdes
del reino.
Al
principio, los dragones más grandes, fuertes y valientes intentaron enfrentarse
a Jorge. Pero el caballero blanco poseía terribles armas. Una poderosa lanza
con la que atravesaba fácilmente el corazón a todos sus adversarios y una
diabólica ballesta que alcanzaba la cabeza de los dragones que lo intentaban
desde el aire. Su armadura y su escudo le protegían de cualquier ataque...
Finalmente,
el viejo rey, harto de ver morir luchando inútilmente a su pueblo, decidió
acceder a los deseos del caballero blanco. Y como era un rey justo, decretó
realizar un sorteo mensual entre todas las jóvenes dragonas del reino,
incluidas dos de sus hijas menores. El último sorteo celebrado había
sentenciado a la más pequeña. El rey y la reina estaban destrozados y durante
unos días estuvieron encerrados en el castillo. Tras mucho meditar, los
monarcas decidieron enfrentarse a muerte al caballero blanco antes de entregar
a su pequeña.
Dos días antes
de la luna llena, apareció por aquellos lares un pequeño dragón rojo. Hacía
siglos que no se veía uno por el reino y aquel acontecimiento no gustó
demasiado a la comunidad de dragones verdes. Los dragones rojos no fueron nunca
bienvenidos en prácticamente ningún lugar de la Tierra Malva, debido a su
carácter agresivo y dominante. Sin embargo, éste era muy pequeño, apenas dos
metros, y no pareció demasiado agresivo cuando pidió amablemente cobijo en la
posada del pueblo.
Noga, el
dragón rojo, fue llevado a un habitáculo confortable donde descansar, después
de una buena cena y una atención más que correcta por parte de la dueña de “El
Cielo Dorado”. Al día siguiente, cuando el pequeño dragón fue a pagar los
servicios prestados, pudo percibir el miedo y la tristeza en el rostro de su
anfitriona. Al preguntar el motivo de tanta pesadumbre, fue informado del
infortunio que perseguía a todo el reino desde hacia ya más de un año y de la
existencia de Jorge, el terrible caballero blanco.
Noga,
meditó durante unos breves segundos y partió directamente hacia palacio. Allí,
después de una tensa espera bajo la atenta mirada de los enormes guardias de la
entrada, fue recibido por el rey en persona y algunas de sus jóvenes hijas,
entre las cuales se hallaba la desafortunada princesa Sarganta. El rey explicó
detalladamente al joven dragón la penosa situación y la decisión que había
tomado junto con su esposa: defender a muerte la vida de su hija pequeña.
El pequeño
dragón rojo, hipnotizado por la hermosura de la pequeña princesa, le propuso al
rey acabar personalmente con el caballero blanco, siempre y cuando le fuera
concedido el honor de casarse con su hija menor. El rey esbozó una sonrisa,
agradeció el gesto, pero se negó a aquel absurdo sacrificio.
Noga
insistió tanto y de tal manera que, finalmente, el rey no tuvo más remedio que
aceptar tan sorprendente propuesta. Una vez el pequeño dragón obtuvo el sí
real, desapareció durante el resto del día. Algunos dragones verdes de las
afueras afirmaron verle volar hacia las viejas minas de carbón...
La noche
más temida llegó. El aspecto de todo el reino era fantasmal. Silencio y
oscuridad, fueron adornados con una mortecina niebla. Una vez más, todos los
dragones verdes se refugiaron en sus casas, y tan sólo el rey y la reina, con
su hija pequeña detrás, salieron al encuentro del caballero blanco. Del pequeño
dragón rojo nada se sabía.
Y por fin,
cuando la luna llena iluminó la noche, una terrible figura blanca apareció una
vez más por el horizonte, montada en un
hermoso corcel. Su lanza brillaba en la oscuridad, al igual que su armadura y
el emblema de su escudo. Los tres dragones verdes desplegaron al unísono sus
alas en una clara señal de estar preparados para la batalla. El caballero
blanco alzó su lanza a modo de respuesta.
De pronto,
surgido de la nada, apareció el pequeño dragón rojo. Jorge, el caballero blanco
detuvo su caballo, y con una sonrisa en sus ojos desmontó. Mientras andaba
firmemente hacia el pequeño dragón, cargó su ballesta. Tres afilados proyectiles
fueron disparados hacia la cabeza de Noga, que volvió a desaparecer ante el
molesto asombro del caballero blanco. El asombro de los tres dragones verdes
fue aún mayor, pues tenían que esquivar como fuese los proyectiles que
sorprendentemente –ahora- iban hacia ellos. El viejo rey, lento de reflejos,
vio como una de sus alas era perforada...
El pequeño
dragón rojo se elevó una docena de metros del suelo. Acto seguido lanzó una
llamarada pequeña pero intensa hacia el caballero blanco, que se tambaleó hasta
caer de espaldas. Jorge se levantó, agarró fuertemente su lanza y apretó con
fuerza sus dientes. Estaba muy enojado. El pequeño dragón se lanzó en picado
hacia el caballero blanco y le vomitó una bola de fuego que le dio de pleno en
el hombro izquierdo. El caballero blanco gritó de dolor, antes de oler su carne
quemada y ver como su brillante escudo caía al suelo junto con todo su brazo.
Noga, ante
la estúpida e incrédula mirada de Jorge - y la de los dragones verdes -, se
elevó de nuevo y lanzó su más terrible ataque. Un espiral de fuego envolvió al
caballero blanco, que durante un breve instante se convirtió en el caballero
rojo para terminar siendo el caballero negro. El viento se encargó de esparcir
sus cenizas por la noche...
Victorioso,
el pequeño dragón rojo dio media vuelta y se fue hacia la sonriente princesa, a
la que tomó como esposa tres días después, en una de las fiestas más
multitudinarias jamás celebradas en el reino Esmeralda. Al final de la
ceremonia, Noga entregó a su joven esposa, a modo de ofrenda, el brillante
escudo del caballero blanco. Aquél día se creó una entrañable tradición entre
los dragones verdes, y desde entonces todo dragón que se precie obsequia a su
esposa – en el día de su boda – con una hermosa rosa roja, el símbolo que
todavía hoy luce en el escudo del caballero blanco.
Pero, ni
los dragones más sabios del lugar han descubierto todavía que demonios impulsa
a las dragonas desposadas a obsequiar a sus maridos con un libro...
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