viernes, 3 de julio de 2015

El tren

Me despierta el vaivén del tren. Atravesamos un túnel mientras mi vejiga se manifiesta con hostilidad. Yo cuando me meo no puedo pensar con claridad, así que me levanto y busco el lavabo. En la puerta me cruzo con un tipo tan pálido que podría estar hecho de harina. El hombre de harina, pienso. Un nuevo supervillano para Spiderman. Me hago gracia y pis casi a la vez. La meada es orgásmica y certera, algo que Renfe agradecerá. Un alivio…

Vuelvo al vagón y seguimos atravesando el jodido el túnel. El aire acondicionado está en modo Antártida y los pelos de los brazos se me ponen como escarpias. El hombre de harina está sentado con la vista perdida en el participio. Es un psicópata, fijo. Yo he visto muchas películas de Tarantino y tengo facilidad para ese tipo de apreciaciones gratuitas. Delante del tipo, dos chicas sollozan. Dos tías que merecen aparecer en el póster central de Playboy, concretamente en los meses de mayo y junio.

Yo es que para las tías macizas tengo un corazón que no me cabe en el puño. Lo de la polla vendrá después. Es ver a una de estas maravillas bípedas del planeta soltando unas lagrimitas y me pongo cantidad de tierno. El hijo puta del hombre de harina les debe haber hecho algo malo. Fijo. Muevo el esternocleidomastoideo como si fuera un jodido boxeador, hago un crujido de dedos que puede escucharse en Estambul y me voy para allá andando como el Capitán Jack Sparrow.

- ¿Algún problema, muñecas? – pregunto utilizando dos tonos más graves de lo habitual, sacando al Constatino Romero que llevo dentro.

- Están muertas, imbécil – responde el hombre de harina.

Le dirijo una mirada amenazadora. Tenso mis biceps y abro las fosas nasales de una forma espeluznante. Acerco mi nariz a seis electrones de la suya. Al tío se la suda porque me dice:

- Y tú, también, subnormal.

Un impulso eléctrico recorre mi médula espinal. Y le suelto una ostia en todo el pómulo. Su cabeza rebota contra la ventana y vuelve a mi área de violencia peligrosa. Lo agarro por los pelos, lo levanto y lo lanzo contra los asientos del otro lado. El tipo sangra como un cerdo. Las chicas chillan presas de un histerismo poco común incluso para una chica. Se levantan y van hacia el tipo, ejecutando todo tipo de mimos y caricias sobre su ahora desfigurado rostro. Algo me dice que son familia. Mierda…

- Esto… ¿no será vuestro padre, verdad? – pregunto dulcemente inquieto al ver alejarse semejante par de tetitas de mis probabilidades matemáticas de éxito.

- Estamos muertos, maldito idiota!!! MUERTOS!!! – me gritan entre abundante saliva.

Sus alaridos penetran en mi alma. Otra tormenta eléctrica me recorre el espinazo. ¿Qué coño hago en este tren? ¿Cómo diablos he venido a parar aquí? Pero ya es tarde. Antes de empezar a recordar nada, llegamos al final del jodido túnel y una luz blanca nos engulle…

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