viernes, 10 de julio de 2015

Veintinueve

Finales de septiembre. Y Rubianes de gira. No me lo podía creer. Nadie debería estar de gira en octubre. ¿Y ahora qué? Para una puta vez que se me ocurre un original regalo de cumpleaños y ese maldito cómico pululando por Cataluña. Yo la quería llevar a cenar, al teatro, reírnos un buen rato y a vivir, que son dos días (¿o tal vez cuatro?). Porque aunque hace ya seis años que vivimos juntos y revueltos, nunca (pero nunca) hemos ido a ningún teatro. Es lo que tiene ser pobre...

Podía jugar seguro y comprarle algo de ropa. Ella está igual de atractiva que cuando la conocí, o tal vez más. Casi con toda seguridad que me equivocaría de talla o de color, pero con el ticket en el bolsillo siempre puedes cambiar la prenda en cuestión. Y ella acaba luciendo palmito con algo que se ha escogido, pero que es TU regalo. Pero no. Está vez no. ¿Zapatos?, tampoco. Tenemos zapatos en casa para calzar a medio continente africano. Música, videos, DVD, libros... opciones facilotas, poco curradas y sin ninguna o poca personalidad (aunque tal vez fuesen regalos más propios de un tipo como yo).

Una vez superado el trauma de la dichosa gira de Rubianes vi la luz a lo lejos. Salía de un rótulo. Me acerqué y entré en una oficina de La Caixa. Para aquellos que todavía no lo sepan, existen unos cajeros equipados con un software mágico, donde puedes tener acceso a casi todo tipo de información de una red (también mágica). Los lugareños la conocemos como ServiCaixa. Después de meter mi tarjeta de crédito y escoger idioma, busqué teatros de Barcelona. ¡Bingo!. Aunque estaba en un rincón de la pantalla, el gran Liceu de Barcelona la iluminó toda y paralelamente, una sonrisa de gran satisfacción invadió mi pálido careto. Pero desgraciadamente, la alegría en casa del pobre dura poco; y tras la pertinente consulta, pude comprobar que la temporada de ópera no se iniciaba hasta finales de octubre, mientras que mi adorable mujercita tiene por costumbre cumplir los años siempre el día 3. Pase del Liceu (además era casi inaccesible para mi precaria economía).

Seguí buscando. El Tricicle. Otra iluminación. Música celestial de fondo. El destino me guiaba por sendas repletas de una emoción incontenible. Llegado este punto debo reconocer que sólo he ido tres veces al teatro en toda mi vida (la última hace más de seis años, para los amantes de las estadísticas). Una de esas veces, quedé terriblemente maravillado al ver Terrific, una obra que me pareció magistral y me transportó a otro universo durante un tiempo igual al espacio dividido por la velocidad. Como el recuerdo de tan excelente espectáculo interpretado por El Tricicle me dio buen rollo, decidí que podía ser una gran opción y todavía mejor regalo. Pero nuevamente la tristeza apretujó mi corazón, cuando comprobé que no empezaban las representaciones hasta dos semanas más tarde.

Busqué, busqué y busqué. Muchos teatros, muchas obras y muchas compañías teatrales. Pero como ya he reconocido públicamente, no soy un experto. Algunas sonaban bien; Bésame el cactus, Diálogos de la vagina, XXX de La Fura del Baus, pero no era lo que yo andaba buscando. Me agobié tanto que decidí salir a tomar el fresco. Crucé la calle y me dirigí a una oficina de la Caixa de Catalunya. Como estos no tiene red mágica, eché un vistazo a todos los folletos de papel relacionados con espectáculos. Ninguno me llamó especialmente la atención, así que salí compungido y cabizbajo.

Internet, pensé. Buscaré información sobre las obras y si encuentro alguna con una buena crítica que además pueda gustarle, la sorprenderé seguro. Internet es una gran herramienta para encontrar información. El problema es que debes saber donde buscarla. Estuve casi tres horas dando vueltas por un par de páginas web que eran lentas del morirse para aquellos que no tenemos ADSL. Encontré excitante información acerca del espectáculo de La Fura dels Baus. Pornográfico y no apto para menores de dieciocho años. O viceversa. Pero no se trataba de MI regalo, sino del suyo. Mi búsqueda era más inútil que un bronceador en el Senegal.

Creo en las casualidades y en el destino. Bueno, creo que el destino está lleno de casualidades. ¿O es la casualidad la que puede cambiar nuestro destino? Sea como fuere, apareció en un rincón de la pantalla el atractivo anunció del último musical del conocido grupo Dagoll Dagom. Un título con tan sólo tres letras, como tres fueron los Reyes Magos de Oriente, la santísima Trinidad, la Sagrada Familia, las Marías, los Mosqueteros (sin D’Artagnan, claro) o los Tres Caballeros. POE.

Aquí voy a dedicarme unas líneas a mí mismo, para explicar que demonios sucede con Poe. Empecé a escribir en el año 1994, debido básicamente a tres razones. UNA: Estaba leyendo, disfrutando y riendo con las Peripecias yugoslavas de Josep Ruiz; todas las noches. DOS: Estaba leyendo y disfrutando, pero no riendo, una selección de Relatos de Edgar Allan Poe; todas las mañanas, por supuesto (que para pasar terror nocturno ya está el telediario). TRES: Estaba terriblemente aburrido en Praga. Y tuve la osadía de escribir. A mano. Con un bolígrafo Bic azul...

Al regresar de mi viaje, los relatos quedaron guardados en un cajón de madera durante largos años, hasta que un buen día, fueron hallados por un hobbit llamado Bilbo Bolsón. No, no es así la historia. Encontré yo mismo los cuentos escritos en la capital checa, compartiendo ya mi vida con Núria. Y fue ella la que me ayudó a hacer todas las correcciones. Y fue ella la que me animó a escribir alguno más. Y escribí más. Y a Núria le gustaba lo que yo escribía. Y a Josep también. Y empezaron a publicar mis relatos en Nitecuento. Y todo eso me hizo feliz. Poe, Josep y Núria. El triángulo estaba cerrado. El destino nos había unido. Tenía que llevarla a esa función. Pensé en invitar también a Josep al teatro, pero me pareció poco romántico...

Regresé al ServiCaixa y busqué el teatro donde era representada la función. El maravilloso y mágico mundo de la informática me permitió escoger el día 3 de octubre. Había dos sesiones. Una, a las cinco y media de la tarde y la otra a las nueve y media de la noche. Como tenemos un niño de catorce meses que por la noche agota más que una maratón cuesta arriba, pensé que era buena idea sacar dos entradas para la primera sesión y no martirizar a los abuelos, privándoles de tan necesarias horas de sueño. No nos engañemos. Las entradas no eran tan baratas como había pensado. Pero mi mujer se merece eso y más.  Afortunadamente las más caras se habían agotado. De las caras todavía quedaban. Pulse una zona donde me pareció que podríamos ver bien el escenario. Entradas no disponibles actualmente (o algo parecido). Intenté en otra. Todavía no disponibles las entradas. Alucinante. En unas zonas estaban agotadas y en otras no estaban disponibles. Si no llega a ser por la cámara de vigilancia hubiera escupido mi más verde y pegajoso escupitajo encima de la pantalla.

¡¡¡MEIDEI, MEIDEI!!! Se oía dentro de mi irritada cabeza. Ahora que el destino me mostraba el camino a seguir, la contrariedad se empeñaba en apartarme del mismo. Lo peor es que tan sólo faltaban seis días para su cumpleaños (con un fin de semana por medio), lo cual me daba poco margen de maniobra sin levantar sospechas.

Pasó el fin de semana con una rapidez endiablada. Y el lunes, a primera hora, me dirigí de nuevo a mi amado/odiado ServiCaixa, donde mi destino guardaba el regalo de cumpleaños de Núria. Introduje con cuidado mi tarjeta de crédito, para demostrarle que venía en son de paz. En pocos segundos me hallaba delante de la sesión de la tarde del jueves 3 de octubre. Ya se habían agotado las entradas en demasiadas zonas del teatro. Pero había zonas en las cuales residía mi esperanza. Pulse una de ellas, la más próxima al escenario. El servicio informático, altamente mágico, escogió dos butacas en segunda fila y me preguntó si me parecía bien. Pulse OK, temblando de felicidad. Y por una ventanita apareció mi regalo en forma de dos entradas...

Una vez con las entradas en la mano pensé que, aunque el destino enlazara a Josep, Poe y Núria alrededor de mi emocionante biografía literaria, eso no significaba que a Núria tuviera que gustarle la obra de Poe. Es más, mi mujer no es precisamente amante del género de terror. De repente, un sudor frío cubrió todo mi cuerpo. ¿La estaba cagando de nuevo con mi regalo? ¿Era buena idea llevarla al teatro a ver un musical de miedo? Mis dudas se reunieron con mi zozobra y juntos nos tomamos un par de cevezas en el primer bar que encontramos. Reflexioné. Vamos al teatro. Vamos a ver un musical de Dagoll Dagom. Son conocidos ¿no? Tienen que ser buenos. Vamos a dejar al niño con los abuelos. Sin embargo, sabía que faltaba algo...

Y aquí estoy, a las doce y cuarenta y cinco minutos. Acabando este relato que junto a un corto masaje en las piernas y dos entradas para el teatro van a ser mi regalo de su veintinueve aniversario. Sé que se merece más. Mucho más. Lleva ya demasiado tiempo aguantando a un genio loco como yo. Un superdotado del intelecto humano. Y eso es muy duro. La silla esta dura también. Me duele la espalda. Estoy muerto de sueño. Cansado. Y mañana hay que currar. Así que sólo me queda decir; T’estimo molt i desitjo que t’agradi[1].




[1] Te quiero mucho y espero que te guste

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