miércoles, 1 de julio de 2015

La sirenita

Susana era una niña de catorce años que se pintaba las uñas de rosa. Rubia, delgadita y cacereña, a partes iguales, la dulce Susana se pasaba las tardes haciendo los deberes, fumando y leyendo historias sobre sirenas. 

Un sábado, después de comer, Susana se quedó dormida leyendo su cuento favorito: La Sirena Psicóloga y el Arenque Loco. Al despertar, su delicado cerebro no aceptaba el hecho de estar sobre una roca, con una cola de pescado en lugar de piernas. Una cola que, de haber sido rape, hubiera costado una fortuna en el mercado. 

La niña respingó su nariz, sorprendida, para tirarse acto seguido de cabeza al agua. El agua estaba tan helada que sus delicados pechos redujeron dos tallas. Cuando se dio cuenta de que podía respirar bajo el agua, ya había golpeado a dos calamares, una medusa y un pez payaso que buscaba a su hijo Nemo. 

La niña buceaba con elegancia por el arrecife de coral, con unos ojos brillantes de emoción, aunque la salubridad del agua también ayudaba. 

El sueño de toda su vida estaba siendo extrañamente cumplido, aunque una manta calentita y un fuego de chimenea tampoco estaban tan mal. Los niños son tan caprichosos... 

Cansada de voltear por el fondo marino, subió a la superficie en busca de la roca. Había anochecido y hacía más frio. En lo alto de la roca, la figura de la niña se recortaba bajo la blanquecida luz de la luna, en un espectaculo mágico.

Desgraciadamente, Susana empezó a toser y murió de tuberculosis en tan sólo cinco minutos. La oscuridad que percibía le angustiaba de tal modo que, cuando su madre encendió la luz del dormitorio, la chica quedó cegada pero feliz. Abrazó a su atónita progenitora y, acto seguido, cambió su colección de cuentos de sirenas por varias piezas de ropa interior indecorosa. Y nunca más se pintó las uñas de rosa.

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