Su
cabeza se volvió a llenar de pensamientos. Lentamente. ¿Dónde demonios estaba?
¿Qué le había pasado? Intentó incorporarse, pero su frente se golpeó con algo
metálico. Se tocó la frente y sus dedos quedaron húmedos de sangre. La penumbra
que le rodeaba era asfixiante. Intentó ordenar en su mente los últimos
fragmentos de su vida. Recordaba haber bebido y bailado mucho. Julián, su mejor
amigo, le había invitado a tomar coca. Y luego aquella mezcla de oscuridad y
nada absoluta. Ahora se encontraba en aquél extraño lugar... ¡Dios Santo! Una
luz tenebrosa brotó en forma de idea
de su desconcertado cerebro ¡Estaba en un ataúd!
Un torrente de sensaciones, todas ellas desagradables, invadieron su espíritu. Sus brazos, adormecidos, tocaron con pánico la tapa del ataúd. Era fría e irregular. No parecía acolchada. Empujó fuerte hacia arriba, pero la tapa no se movió ni un centímetro. Entonces pensó en sus padres. En su hermana Sara. En su novia Carmela. Y unas lágrimas brotaron a borbotones mientras todo su cuerpo se estremecía de pena. Y esperando que una muerte horrible se lo llevara asfixiado, empezó a gritar desgarradamente.
¿Qué son esos gritos?
– preguntó asustado Joaquin, el nuevo aprendiz del taller mecánico de Don José.
No hagas caso, chico, y pásame una llave del 12. Ese
que grita es el hijo del dueño, ya le conocerás. Está mañana ha llegado
borracho y sin dormir. Con un poco de suerte, romperá a cabezazos el tubo de
escape del coche del Alcalde...
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