Algunas veces el universo se
confabula para que todo salga bien. Eso nos ha sucedido con la jodida localización
del escenario de nuestro cortometraje. Andábamos barajando posibilidades cuando
el Protagonista me comentó que tenía una amiga que vivía en Abrera, en una casa
que podía encajar con las perspectivas espacio-temporales que teníamos en mente
y que no le importaba participar en el proyecto dejándonos su casa. Así que
quedamos para vernos y conocernos (mi Bruja, la Anfitriona, el Protagonista y
yo, como Presidente Vitalicio), y de paso fotografiar y filmar el espacio, para
luego reunirnos con el resto del equipo directivo (la Directora y Mr. Sound) y
decidir si era aquello lo que buscábamos o okupábamos alguna finca modernista
del ensanche barcelonés.
Como la perfección no existe,
salvo en el cuerpo de Elena Anaya,
nuestro Protagonista tuvo un problema de última hora que no le permitió venir,
hacer las presentaciones y quedarse para suavizar una situación que en
principio, podía parecer un pelín forzada debido a que yo todavía no he ganado
ningún Goya.
Después de un bonito paseo en
coche por las carreteras comarcales cercanas a las montañas de Montserrat, al
fin, preguntando, pude llegar al puto Ayuntamiento de Abrera, donde nos
esperaba nuestra Anfitriona; nos presentamos como los amigos invisibles del
Protagonista, guión en mano. Ella se mostró extrovertida, amable y encantada de
poder participar en el proyecto. Me sentí Amenábar. Sin más dilación, nos
fuimos hacia la casa en cuestión.
La casa. La CASA tenía cinco
plantas. La ostia. Era casi perfecta. El dormitorio parecía que hubiera estado
pintado cinco minutos antes para que nosotros rodáramos en él. Una inscripción
sobre la cabecera de la cama (un fragmento de la ópera Carmen de Bizet) estaba
gritándome RODAD, MALDITOS, RODAD!!! Había fantásticas escaleras para volvernos
locos rodando todas las escenas en las que el Protagonista sube y baja en el
cortometraje; rincones mágicos, grandes espejos, estanterías con libros y un
cuarto de baño con baldosas negras que era grande y espacioso para rodar en él.
Perfecto. Estaba tan impresionado que tuve que mear varias veces para que no me
explotara la vejiga. Y aunque el comedor, con pinturas alegóricas al Principito,
era convincente, nos enamoramos de una estancia en el cuarto piso que nuestra
Anfitriona utiliza para bailar con sus colegas. Allí rodaríamos la cena, si la
Directora y Mr. Sound estaban de acuerdo. De puta madre…
Antes dije que la casa era
casi perfecta. Nos fallaba la cocina. Necesitábamos una cocina grande y algo
rústica por motivos que no llego a entender aunque haya escrito el jodido guión.
Nuestra Anfitriona se dio cuenta de que la cocina de su casa quedaba
descartada. Llevaba más de media hora mostrándonos todos y cada uno de los
rincones de su hogar para rodar un cortometraje sin conocernos apenas. De
hecho, lo primero que nos comentó fue: No será una pelí porno, ¿no? Una vez la
tranquilizamos en ese aspecto todo fue como la seda. Y entonces,
retornando al tema cocina, nos dijo: Mi cuñada tiene la cocina perfecta para
vuestro corto. Vamos a verla. Yo no podía creerlo. Que aquella mujer nos
hubiera abierto las puertas de su casa de par en par tan amablemente y
estuviera dispuesta a que una pandilla de freaks con estilo rodaran en ella era
una cosa. Otra cosa muy distinta era que fuéramos a casa de otra persona que no
conocíamos de nada a decirle: Buenos días, nos gustaría hacer un cortometraje
en su cocina, ¿podemos? A mi me pareció una locura pero era difícil detener ya
a nuestra Anfitriona, que se había puesto la chaqueta y cogido las llaves…
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