Si habéis leído alguna de mis últimas entradas ya os habréis hecho una ligera idea del coche que tengo. Un Renault 19. Lo acabé de pagar el mes de septiembre. Hay que joderse. Desde entonces no gano para disgustos. Ha empezado a tener todas las averías que puede tener un jodido coche justo antes de Navidad y eso, como todos sabéis, es inversamente proporcional a las expectativas de Papa Noel.
La semana pasada, y en un solo día, viví en mis propias carnes dos de los
episodios más espeluznantes dentro de un puto coche.
Primero, me desplazo hasta
una población cercana a Lleida para un asunto de perros. Tardé dos horas en
hacer un recorrido de 60 minutos porque había una manifestación de motoristas
que protestaban por algo relacionado con las protecciones estas que hay en las
autopistas. Total, que a la misma velocidad punta que un barco a remos me voy
acercando a mi destino y me meto en un camino de estos que creen que el asfalto
es un grupo heavy de los ochenta. Me paso de largo del lugar a dónde me
dirigía, trato de dar media vuelta y el coche queda atrapado en un jodido
lodazal que estaba oculto bajo una fina capa verde de vete a saber que clase de
planta. Y yo venga acelerar hasta que el capo del coche parecía una barbacoa. Y
el coche venga hundirse en el puto barro. No me lo podía creer. Idea luminosa.
Marcha atrás. Marcha atrás hasta quedar a dos palmos de un barranco del tamaño
de Despeñaperros y nueva intentona de escape. Humo. Más humo. El coche a 50.000
revoluciones y no había cojones de salir de la fiesta de la arcilla. Y Pamela
Anderson sin aparecer. Apago el motor. Calma. Contacto. Paciencia. Cariño,
salgamos de aquí. Hasta el infinito y más allá. Juego de pedales que haría
llorar a Fernando Alonso. Y el coche empieza a moverse. Resbala. Se mueve. Se
mueve. Se mueve, coño. Y salgo del lodazal. El coche lleva barro hasta en la guantera. Pero he
salido de aquel puto agujero donde pensaba pasar las navidades. Hago las
gestiones pertinentes y me piro a Barcelona.
Entrada de Barcelona. Tengo dos opciones. Diagonal o Ronda de Dalt. Ha estado
lloviendo todo el día. Tomo la curva para ir por la ronda y el coche culea
intentando salirse de la
carretera. Como he visto tantas veces a Raikonnen salirse de
la pista, tengo datos; giro el volante hacia la izquierda en plena curva a la
derecha exteriorizando al Rayo Mcqueen que llevo dentro. Consigo exitosamente
dar una vuelta de 180 grados, quedándome encarado a un autocar. Me cago. El tío
del autocar me informa con gestos que voy en dirección contraria. Nos han
jodido. Le suplico, temblando como David Summers, que me haga de escolta hasta
un lugar donde pueda dar la
vuelta. El conductor del autocar, al verme blanco como
Michael Jackson se enrolla y me ayuda a salir de allí. Llego a casa y me meto
en la cama. Duermo
tres horas y al despertar todo parece un sueño. Que razón tiene Calderón de la
Barca… Barca, Baaaaaaarca!!!
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