sábado, 8 de agosto de 2015

Diario de un rodaje: El ensayo general (capítulo II)

Como diría mi profesora de Ciencias Naturales de séptimo de EGB (creo que se llamaba Rosa, como apunte absurdo), vayamos al tema que nos ocupa. Al ensayo en sí. Lo cierto es que aunque habíamos visto al Protagonista en foto y el tío encajaba de puta madre en el perfil del personaje de nuestro cortometraje, siempre aparece ese pesimista que todos llevamos dentro pensando en todo lo malo que puede suceder a continuación. Pero esta vez no se cumplió la jodida Ley de Murphy. No hubo tostada. Ni mermelada. Nuestro Protagonista, sólo entrar, se manifestó como es: extrovertido, alocado, provocador pero ante todo nos demostró ser un tipo maravilloso, aunque estuviera vestido.

Una de las condiciones fundamentales para acceder al papel protagonista, y aquí hago un punto y aparte un tanto extraño, era salir desnudo. No se trata de un film erótico ni mucho menos; todo llegará y lo protagonizaré yo. Pero el actor principal debía salir en bolas. Ya eran cuatro los colegas que habían rechazado tocar la gloria con los dedos en el Festival de Sitges para hacerse fotos junto a Tim Burton, sólo por el hecho de mostrar su triste y peludo culo ante las cámaras. Estábamos algo jodidos y Eduardo Noriega seguía sin responder a mis correos electrónicos. Cuando nuestro Protagonista dijo que no había ningún problema, que a él ya le parecía bien salir muy desnudo, el cielo se abrió ante mis ojos. Y aunque el día del ensayo general era la primera vez que nos encontrábamos con el Protagonista, faltaron 10 segundos u otro vaso de whisky para que se quedará desnudo delante de la Telepizza (no quiero ni pensar los daños ocasionados por la onda expansiva de queso si le llega a caer sobre la pizza ese pedazo de polla). Pero para ese tema y el de mi depresión pienso dedicar un capítulo entero aparte.

Sigamos. El ensayo general fue cojonudo. De vez en cuando nos mirábamos la Directora y yo, que os recuerdo que soy el Presidente Universal de la Productora, con la misma cara que pone Sam cuando ve por primera vez a los elfos de Rivendel. El Protagonista y la Meiga consiguieron que saltaran chispas entre ellos mientras el Ingeniero andaba presto con el extintor; mi Bruja y el Tenor, como poseídos por la electricidad del momento, funcionaron como sendos relojes suizos sin necesidad de correa.   Serían ya las diez cuando ensayamos el grito final (afortunadamente, la Directora había avisado a su vecino). El Protagonista acabó en el suelo extasiado mientras el resto flipábamos en los colores básicos de un parchís de toda la vida. Aquél cabronazo era muy bueno.

El resto de la velada fue una entrañable cena rápida. Nadie se desnudó entre porción de pizza y tragos de cerveza, lo cual hizo la digestión más placentera; y creo que a todos nos quedó la sensación de que aquello iba a funcionar, a pesar de que el pesimista que llevo dentro me repetía una y otra vez: Titanic, Titanic, Titanic...

La despedida volvió a ser una bonita historia de besos y más abrazos que hubiera hecho llorar de envidia a los Teletubbies. El ensayo general acabó cuando nos acompañaron a casa en coche el Protagonista y el Tenor; él todavía no lo sabía pero acababa de ganarse el puto papel de Protagonista. Y como dijo la Directora, mearnos en la piscina de Tim Burton (lo del Planeta de los Simios merece ser vengado de alguna manera) estaba cada vez más cerca...

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