domingo, 16 de agosto de 2015

La huida

Supe que ya era medianoche porque al mirar junto a la ventana pude ver el poster de Mike Oldfield. Estaba claro que había llegado el momento más importante de nuestras vidas y sin embargo seguía desnudo. Me levanté con sigilo y empecé a canturrear El Barbero de Sevilla.

Napoleón Lecter y Jack Wellington, mis queridos y apestosos socios, roncaban como jodidos osos panda... Dos tonos por encima de la contraseña que tanto habíamos preparado durante meses. Después de casi cinco minutos tatareando la obra magna de Rossini decidí ser más cauto y abofetearles los mofletes.

Funcionó  a la perfección aunque, movidos por la empírica cartesiana, trataron de descubrir cuantas vueltas podían dar mis testículos antes de caer al suelo. Afortunadamente, entre la oscuridad y la confusión, experimentaron por error con Yakuza Goku, el único japonés que había sobrevivido sin un rasguño a varios hara-kiri. Un tipo con el sueño demasiado profundo...

Una vez restablecidos los vínculos afectivos de nuestra sociedad, chuté las bolas de Goku que rodaron hasta debajo de la mesita de noche. Le pregunté a Napoleón si llevaba en la mochila los enseres solicitados para nuestro genial plan de huida. Me dijo que “Oui”. Napoleón Lecter era un francés de clase alta, un tipo refinado y de exquisita educación que había sido encerrado por el mero hecho de rellenar de carne de cerdo a un vendedor de seguros. Comérselo fue solo una niñería provocada por una infancia repleta de episodios terribles. Para muestra un botón; jamás le dejaron cortar por la mitad una goma de borrar...

Miré a Jack que andaba distraído recitando a Gustavo Adolfo Becquer y le pregunté si había sincronizado su reloj. Movió la cabeza afirmativamente y dijo “Yes, it's five o'clock”. Jack Wellington era inglés. Él afirmaba que era descendiente directo de Mel Gibson, cosa que nos dejaba a todos sumidos en la más absoluta incertidumbre. Jack no era mal tipo a pesar de defender que Gibraltar era una colonia británica. Nunca le hice demasiado caso porque el tipo olía que apestaba. Lo habían metido allí por tratar de exportar al mercado chino a su querida suegra, metida en 96 botes de mermelada pequeños. Por increíble que parezca, el Ministerio de Sanidad puso muchos inconvenientes...

Nos arrastramos por el pasillo principal para evitar la atenta mirada de los dos guardias que dormían como serruchos. Una vez llegados al otro lado, le pregunté nuevamente la hora a Jack. “Yes, it's five o'clock”, me dijo con gravedad. Perfecto. Íbamos genial de tiempo. Mucho mejor de lo previsto. La puerta que teníamos delante siempre estaba cerrada con llave. Aquella noche no fue una excepción. Y eso fue un duro golpe para el grupo. Significaba que teníamos que regresar a nuestras jodidas habitaciones. Derrotados. Vencidos. Napoleón lloraba. Jack susurraba repetidamente “Oh, good my, oh, good my”. Empecé a dudar que fuera inglés pero fue demasiado tarde. La puerta se abrió violentamente hacia mi cabeza, golpeándola. Afortunadamente, llevaba mi gorra de Beisbol y rebotó hacia el Director General que pretendía follar con Gwendy Pan. Otro día os contaré su historia. Se oyeron casi simultáneamente un “crock”, un “ay” y un “katapum”.

Estuvimos en silencio una eternidad y diez segundos. Armándome de valor, le pregunté una vez más la hora a Jack. “Yes, it's five o'clock”, me  dijo con profunda tristeza. De puta madre, pensé. Todavía hay esperanza. Nos arrastramos por encima del Director General que además de estar inconsciente tenía la nariz pegada al cogote. Sangraba bastante y nosotros no somos animales salvajes, así que antes de huir le hicimos un torniquete. Probablemente fue eso, y no el golpe, lo que le mató.

Salimos por la puerta principal como Pedro por su jodida casa. Éramos libres otra vez, mierda. Libres. El sol empezaba a salir por el horizonte y nuestras mentes recuperaban la información oculta entre las tinieblas del cautiverio. Entonces vimos la sombra recortada de Mortimer Jones y me pregunté de quién serían las tijeras...

El bueno de Mortimer... Nunca hubo manera de que le echaran el guante a pesar de los sabañones. Un hijo de puta excepcional, solo comparable con Atila o la Obregón en sus mejores días. Su sonrisa podía hacer que se cagara de miedo todo un ejército. No pude contener la emoción. Los primeros rayos del Sol se refractaron en mis lágrimas y el Arco Iris apareció ante todos nosotros. Si Wagner hubiera estado allí. Pero no estaba. Sin embargo estaban ellos. Nuestros caballos. Magníficos. Montamos una vez más. Aunque volvíamos a ser invencibles, caímos varias veces durante los primeros dos kilómetros y Napoleón estuvo a punto de desnucarse. Pero nadie dijo que fuera fácil...

¿Cómo? ¿Qué no me he presentado? Pido mis más sinceras disculpas, humilde lector. Soy Gabriel, músico romántico y destructor de la Humanidad a tiempo parcial. Y uno de los Cuatro Jinetes del Apocalípsis. Es lo que tiene el pluriempleo. Que te jode. Te pone de mal humor. Vas todo el día de mala leche porque no te queda tiempo para componer tu música. Así que deja de leer y huye lo más lejos que puedas, idiota... Porque cuando oigas sonar una versión trompetera de El Barbero de Sevilla, habrá empezado el fin de tu jodido y apestoso mundo...




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