Supe que ya
era medianoche porque al mirar junto a la ventana pude ver el poster de Mike
Oldfield. Estaba claro que había llegado el momento más importante de nuestras
vidas y sin embargo seguía desnudo. Me levanté con sigilo y empecé a canturrear
El Barbero de Sevilla.
Napoleón
Lecter y Jack Wellington, mis queridos y apestosos socios, roncaban como
jodidos osos panda... Dos tonos por encima de la contraseña que tanto habíamos
preparado durante meses. Después de casi cinco minutos tatareando la obra magna
de Rossini decidí ser más cauto y abofetearles los mofletes.
Funcionó a la perfección aunque, movidos por la
empírica cartesiana, trataron de descubrir cuantas vueltas podían dar mis
testículos antes de caer al suelo. Afortunadamente, entre la oscuridad y la
confusión, experimentaron por error con Yakuza Goku, el único japonés que había
sobrevivido sin un rasguño a varios hara-kiri. Un tipo con el sueño demasiado
profundo...
Una vez
restablecidos los vínculos afectivos de nuestra sociedad, chuté las bolas de
Goku que rodaron hasta debajo de la mesita de noche. Le pregunté a Napoleón si
llevaba en la mochila los enseres solicitados para nuestro genial plan de
huida. Me dijo que “Oui”. Napoleón Lecter era un francés de clase alta, un tipo
refinado y de exquisita educación que había sido encerrado por el mero hecho de
rellenar de carne de cerdo a un vendedor de seguros. Comérselo fue solo una
niñería provocada por una infancia repleta de episodios terribles. Para muestra
un botón; jamás le dejaron cortar por la mitad una goma de borrar...
Miré a Jack
que andaba distraído recitando a Gustavo Adolfo Becquer y le pregunté si había
sincronizado su reloj. Movió la cabeza afirmativamente y dijo “Yes, it's five
o'clock”. Jack Wellington era inglés. Él afirmaba que era descendiente directo
de Mel Gibson, cosa que nos dejaba a todos sumidos en la más absoluta
incertidumbre. Jack no era mal tipo a pesar de defender que Gibraltar era una
colonia británica. Nunca le hice demasiado caso porque el tipo olía que
apestaba. Lo habían metido allí por tratar de exportar al mercado chino a su
querida suegra, metida en 96 botes de mermelada pequeños. Por increíble que
parezca, el Ministerio de Sanidad puso muchos inconvenientes...
Nos
arrastramos por el pasillo principal para evitar la atenta mirada de los dos
guardias que dormían como serruchos. Una vez llegados al otro lado, le pregunté
nuevamente la hora a Jack. “Yes, it's five o'clock”, me dijo con gravedad.
Perfecto. Íbamos genial de tiempo. Mucho mejor de lo previsto. La puerta que
teníamos delante siempre estaba cerrada con llave. Aquella noche no fue una
excepción. Y eso fue un duro golpe para el grupo. Significaba que teníamos que
regresar a nuestras jodidas habitaciones. Derrotados. Vencidos. Napoleón lloraba.
Jack susurraba repetidamente “Oh, good my, oh, good my”. Empecé a dudar que
fuera inglés pero fue demasiado tarde. La puerta se abrió violentamente hacia
mi cabeza, golpeándola. Afortunadamente, llevaba mi gorra de Beisbol y rebotó
hacia el Director General que pretendía follar con Gwendy Pan. Otro día os
contaré su historia. Se oyeron casi simultáneamente un “crock”, un “ay” y un
“katapum”.
Estuvimos en
silencio una eternidad y diez segundos. Armándome de valor, le pregunté una vez
más la hora a Jack. “Yes, it's five o'clock”, me dijo con profunda tristeza. De puta madre,
pensé. Todavía hay esperanza. Nos arrastramos por encima del Director General
que además de estar inconsciente tenía la nariz pegada al cogote. Sangraba
bastante y nosotros no somos animales salvajes, así que antes de huir le
hicimos un torniquete. Probablemente fue eso, y no el golpe, lo que le mató.
Salimos por la
puerta principal como Pedro por su jodida casa. Éramos libres otra vez, mierda.
Libres. El sol empezaba a salir por el horizonte y nuestras mentes recuperaban
la información oculta entre las tinieblas del cautiverio. Entonces vimos la
sombra recortada de Mortimer Jones y me pregunté de quién serían las tijeras...
El bueno de
Mortimer... Nunca hubo manera de que le echaran el guante a pesar de los
sabañones. Un hijo de puta excepcional, solo comparable con Atila o la Obregón
en sus mejores días. Su sonrisa podía hacer que se cagara de miedo todo un
ejército. No pude contener la emoción. Los primeros rayos del Sol se refractaron
en mis lágrimas y el Arco Iris apareció ante todos nosotros. Si Wagner hubiera
estado allí. Pero no estaba. Sin embargo estaban ellos. Nuestros caballos.
Magníficos. Montamos una vez más. Aunque volvíamos a ser invencibles, caímos
varias veces durante los primeros dos kilómetros y Napoleón estuvo a punto de
desnucarse. Pero nadie dijo que fuera fácil...
¿Cómo? ¿Qué no
me he presentado? Pido mis más sinceras disculpas, humilde lector. Soy Gabriel,
músico romántico y destructor de la Humanidad a tiempo parcial. Y uno de los
Cuatro Jinetes del Apocalípsis. Es lo que tiene el pluriempleo. Que te jode. Te
pone de mal humor. Vas todo el día de mala leche porque no te queda tiempo para
componer tu música. Así que deja de leer y huye lo más lejos que puedas, idiota... Porque cuando oigas sonar una versión trompetera de El Barbero de Sevilla,
habrá empezado el fin de tu jodido y apestoso mundo...
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