lunes, 10 de agosto de 2015

Simiólogos de un desequilibrado: La alergia

Me enfrento hoy a la tercera noche con la nariz completamente tapada. Y cuando digo “completamente” no estoy haciendo ninguna exaltación de la exageración. 

De hecho, después de cenar, me he preparado dos rebanadas de pan untadas con mostaza de Dijon. La mostaza de Dijon, para los neófitos de la nouvelle cousine comentaré, tiene una particularidad parecida a la del wasabi japonés: un irresistible picor nasal que sólo se calma llorando mucho o bebiendo algo fresco y con más de 20 grados de alcohol. Menos rollo. Como diría mi dermatólogo, vayamos al grano. Hoy no he sido capaz de sentir los vapores de la mostaza. 

Mi nariz se ha vuelto insensible. No puedo oler absolutamente nada, lo cual, viviendo en una ciudad como Barcelona hasta se me antoja positivo. Lo malo es que sin olfato no sé cuando debo ponerme desodorante… 

Resulta que acabo de enterarme que la primavera empieza la semana que viene, así que puedo confirmar serenamente que estoy ante mi primera crisis alérgica de la temporada. La alergia es algo que jode mucho pero mata poco. Cuidado, que he tenido un par de crisis peligrosas a lo largo de mi vida que han terminado en urgencias de Sant Pau, pero han sido debidas a mi “gran alergia”: el marisco. 

No como absolutamente nada de marisco desde hace unos 25 años. Y eso que se os está pasando por la cabeza es obsceno y no tiene gracia.

Mi historial como alérgico es algo lamentable. Lamentable para mí, por supuesto. La verdad es que el tema del marisco lo tengo más o menos controlado y superado. Se que podría morir si se diera un desafortunado cúmulo de circunstancias y procuro estar siempre alerta. 

Pero resulta que tampoco puedo comer frutos secos. Esto es muy jodido cuando sabes que en tu vida anterior has sido un chimpancé. Me encantan los frutos secos. La reacción alérgica al fruto seco es distinta a la del marisco: me rasco como un puto mono hasta hacerme lesiones en forma de ronchas, con pérdida de sangre a escala saltamontes, con lo cual es improbable el desangrarme. 

Y finalmente, y motivo principal por el cual estoy aquí escribiendo esto en lugar de estar durmiendo, mi alergia primaveral a todo lo que respiro desde abril hasta que llega el jodido verano. Esta alergia es la que tapona mi nariz que, al ser del mismo tamaño que los Bergerac, segrega mocos como para estucar las paredes de todo el Palacio de la Zarzuela. Ayer, sin ir más lejos, estuve hasta las tres de la madrugada sentado en la cama, con la nariz más seca que el desierto del Sahara. Hoy la cosa no pinta mucho mejor…

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