domingo, 3 de mayo de 2015

El acantilado

Un hombre joven. Roto. Un acantilado. Vertiginoso. Un mar. Enfurecido. Un cielo. Negro. Presagio de que no se va a celebrar ninguna boda. El hombre roto observa el romper de las olas contra las eternas rocas y siente un extraño escalofrío; extraño porque su alma está ya muerta. Da un paso hacia delante… 

- Cuidado, podría caerse – le dice una dulce voz de niña. 

El hombre, sobresaltado, retrocede un metro y busca con la mirada a la niña que tiene pegada a su culo. Es rubia. Lleva uniforme escolar y una pequeña cartera a cuestas. Tiene la cara de un ángel. 

- ¿Qué… qué demonios haces aquí, niña? – pregunta estúpidamente y sin ningún tipo de originalidad. 

- Me gusta pasear por el acantilado cuando salgo de la escuela. Así puedo dibujar el mar. Pero hoy el mar está enfadado... Vivo cerca de aquí, en el pueblo. ¿Puede llevarme de regreso a mi casa? He visto que ha llegado usted en auto. Y parece que va a llover. 

Un relámpago ilumina el cielo y un trueno hace temblar el mundo. Las primeras gotas caen sobre el hombre roto y la niña rubia. Sus siluetas se recortan en el borde del acantilado. Una pena que todos los pintores del romanticismo estén muertos... 

- ¿Me lleva a casa? – insiste la niña. 

El hombre roto la acompaña hasta su coche y la sienta en la sillita que tiene en el asiento trasero. La cara del hombre roto, color cera, es el vivo retrato del dolor. 

- ¿Tiene un hijo? – pregunta la niña rubia. 

El hombre roto se muerde el labio hasta sangrar, tiembla, y una lágrima se escapa de su ojo derecho. Le duele seguir estando vivo. 

- Tenía una hija… pero murió la semana pasada – contesta con un hilo de voz. 

El hombre roto rompe a llorar mientras se pone al volante. La niña rubia guarda silencio. Ese silencio sepulcral del camino de regreso, esos tres minutos de nada absoluta, se rompen cuando la niña le dice al hombre roto que llora: 

- Vivo allí, en la casa de la esquina. Muchas gracias por traerme… Y no se preocupe señor, yo jugaré con ella. 

El hombre roto, al oír eso, se gira bruscamente pero la niña ha desaparecido. Asustado, detiene el coche en medio de la tormenta y baja para dar crédito a sus ojos. El cielo llora desconsoladamente y el hombre roto queda empapado en milisegundos. La niña ha desaparecido. Otro relámpago. No ha sido un sueño. Otro trueno. La niña ha desaparecido. Lo constatan las decenas de carteles mojados con la foto de la niña rubia que le rodean, que hay por todo el maldito pueblo: 

Se busca a María, la hija del Alguacil. La última vez que alguien la vio, estaba dibujando cerca del acantilado…

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