domingo, 3 de mayo de 2015

El baño

Miércoles. Estoy cansado. He tenido un día con un poco de todo, menos orgías interraciales. Nada grave. Pero me hago mayor y estoy agotado de pensar. Luego existo mucho. No sé que coño hago delante del ordenador. Hace un momento ha pasado por mi lado el precioso culito tanga de mi princesa y en lugar de correr a follármela inmediatamente me he quedado aquí, sentado, esperando la puta inspiración. Hoy no estoy inspirado, joder… 

Lo mejor que podría hacer es irme a dormir. A la puta cama, hombre. Pero no, el reto de la semana es escribir sobre el baño. El jodido baño. Gracias, señor Jones. 

El cuarto de baño es mi santuario. Mi lugar de recogimiento. Mi monasterio de mierda. Siempre cierro la puerta con pestillo. Incluso de madrugada. Para mí cagar es sagrado. Allí medito sobre mi función en este mundo. Sin telones. Prefiero las toallitas húmedas. Una de las cosas que tengo clara en esta vida es que nadie debe ver nunca mi cara enrojecida, con esa vena azul hinchada en la frente, mientras trato de expulsar de mi cuerpo dos big mac, unas patatas grandes y medio litro de ketchup. Y mucho menos mi princesita. Porque son imágenes que quedan esgrafiadas en las pupilas receptoras y que jamás se borran. El sexo nunca vuelve a ser lo mismo. Porque a la que te pones rojo de pasión, con cara de torito bravo español, el cerebro de tu pareja conecta con la terrible imagen almacenada, esa que quiere borrar pero no puede, esa en la cual apareces sentado, con los putos gallumbos por los tobillos, las piernas peludas, la barriga colgando un poco y una congestión comparable con la entrada a Barcelona en hora punta. Y tu pareja deja de lubricar. Porque para ella ya no eres una persona. Eres un jodido caganer. 

Otra cosa muy distinta es la bañera. La bañera mola. Mejor dicho, molaba. Desde que soy ecogilipollas ya no me baño mucho con mi princesa. Me da cosa ser el responsable de la desertización del mundo. Pero hace unos años, cuando todavía no era consciente del riesgo al que estaba sometiendo al planeta, me encantaba bañarme con ella. Encarados. Con nuestros genitales rozándose. Los genitales son la polla y el coño, ¿eh? No seáis malpensados. Me encantaba ver sus tetitas puntiagudas apuntando al techo. Sus piernas, sus muslos, su carita de mala liberando una y otra vez mi glande. El glande es en poesía el equivalente a la punta de la polla en un bareto de carretera. Y al final de tanto liberar, yo, que en el fondo soy un ilustrado nato, hacía una correcta imitación del gran Arquímedes gritando: EUREKA!!!

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