viernes, 15 de mayo de 2015

Simiólogos de un desequilibrado: El empacho

Vuelvo a estar resfriado. Por enésima vez. De hecho, ya no recuerdo la última puta vez que no estuve resfriado. Claro que igual tenía 12 años y la salud de un roble y muchos madelman. Me duele todo el cuerpo, como si las tortugas ninja me hubieran dado una paliza y nadie me hubiera puesto tiritas. Tengo mocos como para levantar una muralla china desde la plaza Catalunya hasta Sitges. Perdonad si abuso de las metáforas. A mi la depresión me pone romántico. Intentaré contenerme de aquí en adelante… 

De noche es peor. Mi boca se reseca de tal manera que los insectos nocturnos que pasean a sus anchas por mi hogar se quedan pegados a la lengua. No es broma, ¿eh? Una vez leí que durante nuestra vida tragamos entre 70 y 100 insectos por las noches. Así que si alguna vez os levantáis con el estómago lleno no toméis demasiada proteína. También emito ronquidos. Mi vecina me ha denunciado. Dice que una cosa es roncar y otra muy distinta descolgarle los cuadros de la pared. Y yo le digo: “Pero si son imitaciones, señora”. Pero le jode igual. 

Además, tengo náuseas. Y ahora que lo pienso, un par de colegas viniendo a cenar. No puedo anularla. La cena, digo. Es largo de explicar. Pero ahora mismo me gustaría comprar un agujero negro y desaparecer junto con todo el puto planeta una semanita. Estoy algo tenso, verdad? No. Estoy jodido. Es por todo esto que he decidido relajarme exteriorizando mi drama personal en este, mi diario. Que no es poco.

Aunque jamás empecé a estudiar medicina, creo que mi cuerpo me está pasando factura de los últimos días. Nochebuena, Navidad y San Esteban (os recuerdo que vivo en Barcelona, a modo de apunte geográfico) han sido destructivos. Mi estómago ha estado digiriendo comida constantemente, 24 horas al día y mi hígado ha tenido más trabajo que el chapista de Mazinger Z. Y que tengo 40 tacos, que cojones. Y cuando fuerzas todos los órganos al límite pasa lo que pasa. Que las defensas bajan y te tiembla todo el organismo. De hecho, he tecleado este texto más deprisa gracias a las convulsiones. 

Antes esto no me pasaba. Recuerdo con entusiasmo cuando era capaz de comer entrantes, sopa de galets (es un tipo de pasta típica de mi familia aunque creo que se ha extendido por parte del territorio nacional) y canelones (mi record personal es 13 de una sentada). Y luego podía comerme el equivalente en turrón a la ayuda humanitaria de España al Senegal en un año. Ya sé que cuesta creerlo, pero solo pensarlo y ya tengo miedo de vomitar sobre el teclado de lo mal que me encuentro. ¿Hay algún médico en la sala? Necesito vuestro consejo. Quiero hacer de esta entrada un recetario doméstico y casero de curas de la abuela. Ajo, limón, zumo de naranja, pastel de queso… ¿Verdad o leyenda? Ayudadme, por favor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario