martes, 12 de mayo de 2015

La fiesta

Corría el año 1981. Yo cursaba octavo de EGB, nada que ver con la agencia de espionaje rusa. Algunas de las cabecillas de la clase habían pensado que era una gran idea montar una fiesta en una discoteca para recaudar fondos e irnos de viaje de fin de curso a Palma de Mallorca. Yo, por aquél entonces, seguía recreando La Moviola con mis Madelman. La media de la clase me llevaba dos años de adelanto hormonal. Sí, por supuesto que me hacía pajillas. Pero era algo grupal. Las chicas de carne y hueso me interesaban menos que la vida sexual del ornitorrinco. Además, llevaban pegatinas de Los Pecos y Pedro Marín en sus carpetas, que siempre me han dado grima. Yo a ellas tampoco les hacía subir la presión arterial. A nadie le gusta compartir granos mientras te besa y mi acné juvenil era realmente repugnante. 

Total. Que organizaron una fiesta un sábado por la tarde en una discoteca de cuyo nombre no puedo acordarme. Me tocaba las pelotas tener que sumergirme en un mundo tan hostil. Además, no podía llevarme los Madelman porque sólo me habían regalado una entrada. Y por si fuera poco, tenía partido de fútbol al mediodía. Terminé el partido y, vestido de chandal, me fui para la discoteca. Creo que durante el trayecto me zampé un bocadillo de jamón y una Coca-Cola. Imagino que llegué a la puerta de la disco oliendo a tigre putrefacto, no nos obligaban a ducharnos y yo era un cerdo, y con la boca llena de restos de comida. Y con granos de pus. Santiago Segura os hubiera parecido sexy. 

Entré sin complejos porque la ignorancia social es lo que tiene. La gente que no me conocía me miraba. Los que me conocían me saludaban de lejos. Aquél local estaba a media luz y la música era ochentona porque estábamos en los ochenta. Para no gustarme las chicas debo reconocer que me quedé pillado con una que bailaba sola al ritmo de “e tua dime petit men…”. Como no se desnudaba me fui para un rincón, esperando que nadie me preguntara qué quería para consumir. No tuve suerte. La poca pasta que llevaba me la gasté en una jodida consumición. Los de mi clase me seguían saludando e incluso uno me presento a una chica que me miraba horrorizada. 

Dos horas después estaba hasta los huevos de estar allí. La chica sexy que bailaba había desaparecido. La busqué con la mirada y me encontré con su culito sentado en la barra. Hay cosas difíciles de explicar. Me levanté y me fui hacia ella. No podía ni invitarla pero estaba hipnotizado por su cuerpecito. Menos mal que era torpón y sólo le dije “Hola, ¿cómo te llamas?”, porque cuando se giró aquél tipo chavadito a Frank Zappa me alegré de no haber incluído “guapa” en mi repertorio. Puta fiesta. Jamás reunimos suficiente pasta y acabamos viajando al Estartit. Todo sacrificio no tiene recompensa…

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